Domingo, 15 de noviembre de 2009 | Hoy
DANZA
Silvina Szperling sentía que el escenario no era el ámbito ideal. “Me resultaba incómodo, no sé muy bien por qué. La cámara me permitió salir de ese cubo negro”, confiesa la mayor de tres hermanas con vocación artística (Cecilia es escritora; Susana, bailarina y coreógrafa). ¿Cómo fue el encuentro con el instrumento que le abrió nuevos horizontes, la llevó a ganar premios, becas y ser un referente mundial? A comienzos de los ’90, se compró una filmadora y se la pasaba grabando todo. “Me encantaban los detalles. Estaba media obsesionada con el tema”, recuerda. En 1993 se anotó en un taller de videodanza para coreógrafos que daba Jorge Coscia en la Biblioteca Nacional. “Eramos unas treinta personas, estaban Margarita Bali y Paula de Luque. Jorge nos enseñó mucho de lenguaje audiovisual y la experiencia se convirtió en un verdadero semillero”, agrega. Como resultado de ese primer aprendizaje, sobrevino Temblor, su primera obra de videodanza, en la que trabajó con cuerpos desnudos sobre la idea del orgasmo. La ópera prima fue un éxito: premiada en el país, recorrió festivales internacionales e integra la colección de danza de la Biblioteca Pública de Artes del Espectáculo del Lincoln Center de Nueva York.
Con semejante puntapié inicial, Silvina no paró. “Me pedí una beca para ir al American Dance Festival y tomar clases como aprendiz de videodanza con Douglas Rosenberg. Y me encantó. Filmábamos a coreógrafas como Trisha Brown, Merce Cunningham. Al volver empecé a hacer videos con mi hermana y sentí que era lo mío, que estaba frente a una forma de creación mucho más personal”, asegura. Continuó formándose, estudió dirección de fotografía y produjo más: Bilingual duetto, sistersister, Un viaje a través de tres generaciones de mujeres; además de documentales como Danza problemática y febril; Escrito en el aire. La obra de Oscar Araiz; Danza argentina en los ’60; y Una mujer en danza: Susana Tambutti. Su mirada sobre este lenguaje híbrido, que mezcla la imagen y el movimiento, es muy clara: “Una obra de videodanza está hecha estrictamente para la pantalla, y no soporta la duración que puede tener un largometraje porque hay algo del tempo y de la poética de la danza que son otros. Por eso, las obras de videodanza suelen ser cortometrajes o mediometrajes”. Para tener una idea más acabada, vale la pena acercarse al Recoleta y ver Chámame, su reciente creación: nueve minutos para disfrutar con todos los sentidos, filmados en la ribera del Paraná, con el cuerpo, la voz y la musicalidad de Susana Szperling como una sensual, graciosa y nada impostada mujer–camalote, que se deja llevar por el río y se lleva gratas sorpresas, al ritmo del acordeón de Alejandro Franov y de sonidos acuáticos. Una joyita que destila humor, delirio e imágenes bellísimas que resisten al olvido.
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