Lunes, 30 de enero de 2006 | Hoy
LITERATURA › OPINION
Por Guillermo Schavelzon *
El mundo de la edición ha cambiado más en los últimos diez años que en los cien anteriores. La venta de editoriales, la concentración en grandes grupos de los que proviene el 80 por ciento de la oferta y la rotación de editores han transformado el mundo de la edición en algo muchas veces hostil para quien escribe, que encuentra en el agente literario al interlocutor más estable. Esto, además de lo específico del trabajo: “conseguir para nuestros representados el mayor número de lectores posible”, en todo el mundo y en todos los idiomas. No veo a un escritor recorriendo ferias internacionales para conseguir el editor que lo publique. Tampoco un escritor (salvo excepciones, que las hay) es el mejor negociador de su obra. Y no me refiero sólo a dinero, sino a una cantidad de variables contractuales cada día más sofisticadas y complejas. Hoy la concentración es enorme. Esto tiene algunas ventajas, como la posibilidad de acordar lanzamientos internacionales, de realizar fuertes inversiones en una promoción, el manejo de los canales comerciales, etcétera. La desventaja más grave es la tendencia a la uniformidad, debido a la enorme presión que los accionistas ejercen sobre los editores para garantizar y acrecentar la rentabilidad de sus empresas. Esto empobrece la oferta pero, al mismo tiempo, deja más espacios a las pequeñas editoriales independientes que tienen otros criterios de edición. Pese a las dificultades, en la Argentina hay algunas de calidad asombrosa. Cuando se logre reconstruir un sistema de distribución profesional, fuerte e independiente, surgirán –como en España– cientos de pequeñas editoriales de calidad. Sólo falta las distribuidoras que aporten solvencia, almacenamiento, distribución y cobranza. Editores potenciales con buenas ideas, sobran en la Argentina.
Las editoriales independientes son las que hacen los mejores aportes culturales, arriesgándose a proponer nuevos autores y nuevas obras, en lugar de investigar qué quiere leer el mercado y proveerle más de lo mismo. Lo tienen difícil, porque les cuesta mantener un autor cuando se convierte en éxito. En esto, donde los agentes tenemos mucho de responsabilidad, es donde habrá que trabajar y llegar a acuerdos claros. Siempre sin olvidar que el agente negocia y propone y quien decide al final es su cliente: el autor. En cuanto al “pacto” entre escritores y lectores en la Argentina, lentamente se está reconstruyendo, gracias a quienes decidieron escribir para los lectores, y no para sus pares. Este es, en mi opinión, el único secreto. No creo que a Fontanarrosa o a Andahazi les importe mucho lo que dirán sus pares; su compromiso y complicidad es con el lector. Todo lo que se destruye lleva años reconstruirlo, esto también. Confío en que se logrará; en algún momento los argentinos querremos leer principalmente a nuestros escritores, como fue durante décadas, y como es en cada país del mundo. Algo muy diferente a las listas de best-sellers de hoy.
* Agente literario argentino con sede en Barcelona.
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