Lunes, 18 de enero de 2010 | Hoy
TEATRO
Las Charlas de diván tienen su propio anecdotario. Sin mencionar nombres ni lugares, Rolón recuenta situaciones que lo marcaron desde que se atrevió a subir a escena. “Una vuelta estaba por despedirme –apunta– y de repente un hombre levantó la mano. Me contó que desde que se había enterado de que yo iba a andar por su pueblo, se había puesto a juntar dinero para costearse la entrada.” Aquel padre quería que lo aconsejaran sobre el vínculo con sus hijas. Estaba afectado por un inconveniente que le daba vergüenza mencionar, y eso le impedía reconstruir la relación. “La inocencia y la humildad con la que ese tipo habló fueron tan conmovedoras, que los que lo escuchaban se emocionaron, y yo sentí la fuerza de alguien que se había puesto a juntar monedas porque pensaba que yo podía ayudarlo. Nos extendimos cuarenta minutos más de lo habitual, tratando de darle opciones. Le advertí que aquello no iba a tener ningún efecto cercano a la terapia, y a la vez puse todo para ver si le aportaba algo.”
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