Una agencia que es puro “Freaks”
Ellos caminan, dispersos y, de pronto, alguien dice: Te paso mi teléfono. Pero todo es muy profesional y a los efectos de sumar caras al staff de Freak Models, la primera agencia para bellezas no convencionales, que fue haciéndose un lugar cada vez más grande en el panorama de publicidad y programas hasta convertirse en una de las cinco agencias más importantes del mercado. Nicolás Baldo, el empresario que los agrupa, los convoca para un casting y les ofrece un mundo: convertirse en una estrella símil Tayda Lebon, hijo de David, multitatuado, perforado, implantado y uno de los primeros en agitar las banderas del freakismo local bajo la consigna: “Diferente a lo distinto”. Baldo, orgulloso, hasta acredita fotos de Mariela Vitale, hoy Emme, antes del salto, cuando todavía perdía el tiempo en los locales de la Bond Street y esperaba el bolo (N. de la R.: Freak Models ocupa dignamente su local de la Bond Street y se resiste a la oficina propia).
Los más de 300 integrantes de Freak Models son desde hace tiempo la última perlita del universo fashion, que ya hizo del feo un canon, y se desprendió de prejuicios sobre narices ganchudas y peinados afro. Aquí los hay sin dientes, sin tetas, con demasiado culo, con joroba, con rollos y colgajos, todo aquello que los aleje de las chicas Dotto y de esa belleza convencional, la que ya no vende como antes. Ahora cotiza el de las ojeras blancas, chico típico de Freak Models, seguramente un fan de Ozzy Osbourne, fóbico el sol, gótico y con cierta predilección por la deformidad. Aquí se encontrarán espíritus oscuros que destruyen el último orgullo de la tribu: este es el fin del grupo cerrado, la masificación del diferente. “No se los transforma”, dice el agente de modelos que los convoca. “Los publicistas ya no quieren ver modelos inalcanzables –dicen en Freak Models–, necesitan adecuarse a las tendencias.” Hasta las Bandana acudieron al servicio de Freak Models, alguna vez, para sumar raros al elenco de Vivir intentando, y así llenaron su película de raros. Ellos nunca fijan la mirada en el interlocutor y aplican al trato algunas reglas de divismo estelar. “Preferiría no hacerlo...”, como réplicas del Bartleby de Herman Melville, cuando se les pide que amplíen su biografía. Tienen sólo diez minutos libres para conversar, y cuando se da vuelta la cabeza ya no están. Así son los stars.
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