MUSICA
En el libro Leopoldo Federico, el inefable bandoneón del tango, de Jorge Dimov y Esther Echenbaum (Gourmet Musical Ediciones), Juan José Mosalini recuerda su paso por la orquesta de Federico, la “escuela tanguera” que dice que lo marcó como músico.
“Conocí a Leopoldo personalmente (no ya por grabaciones ni por la radio) a los 21 años, cuando Baffa me pide que lo acompañe a ver a Leopoldo Federico a Patio de Tango. Baffa se ríe y me dice: ‘Mirá que vas a tener que tocar’, a lo que respondo: ‘¿Cómo, tener que tocar?’ Y agrega: ‘Ya vas a ver’. Me llevó porque Leopoldo lo había invitado a Baffa para integrar su orquesta, pero por compromisos no podía aceptar. Al encontrarnos, Baffa le dice a Leopoldo: ‘¿Querés escuchar a este pibe?’. Yo estaba ahí con los ojos desorbitados y Leopoldo me pregunta: ‘¿Y vos quién sos?’. Le recordé lo del concurso (Nace una estrella, por Canal 13) y ahí me registró porque algo sabía por Baffa. Me hace tocar en un camarín estrecho, el bandoneón apenas abría y con los demás integrantes de la orquesta presentes, Colángelo, el Marinero Montes, Príncipe Mise. Subí al escenario ahí nomás, esa misma noche. Colángelo me prestó un saco. Fue algo simbólico.”
Mosalini entró en esa orquesta a mediados de 1965 y la integró cerca de dos años y medio. La define como “la gran familia”. “Partíamos con un micro que era casi un colectivo de línea, con asientos en ángulo recto –-recuerda–. Lo pasábamos a buscar a Leopoldo por Haedo, donde él vivía, y subía con termos de sopa, tres kilos de milanesas, tortillas y sandwiches de todo tipo, porque la gira era de quince, veinte o más días. Había una gran camaradería, fue una especie de cooperativa, sin serlo.”
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