La Báez se torna cada vez más creativa y cada vez más provocadora. Plantea ideas llenas de originalidad e ingenio llevando a cabo emprendimientos artísticos absolutamente novedosos para la época. Acuerda con el poeta santafesino José Pedroni que éste arroje sus escritos al río Santo Tomé, dentro de una damajuana tapada herméticamente, para que sean recogidos en el puerto de Rosario por Sara Susana. Luego la Báez retribuirá de igual forma con sus versos al poeta santafesino.
Miles de personas se agolpan el 12 de octubre de 1930 en las riberas del río, sobre el centro de la ciudad, donde ahora se levanta el Monumento a la Bandera, para recibir la damajuana con el envío.
Las autoridades y la Banda de la Policía jerarquizan el momento con su presencia. A la vista del preciado envase hay llantos, vítores y emociones desatadas. Pañuelos y fuegos de artificios. Dos eximios nadadores del club Regatas, Plinio Delfín Domínguez y Eusebio Nolan, cubiertos de aceite, se lanzan a las aguas y rescatan el envío. Pedroni, con la poca practicidad que caracteriza a los poetas, no ha cerrado bien la damajuana. Pero, en los amohosados papeles, pueden aún leerse palabras sueltas: “doradas... moncholos... madrépora...” y fragmentos de otras: “stóricas... onentes”, etc.
El experimento de Sara Susana es un éxito.
Menor suceso tendrá la segunda parte, su respuesta. Ella misma, una semana después, lanza una botella con sus poemas al río y la caprichosa corriente no la eleva hacia Santa Fe sino que la empuja al sur, hacia Buenos Aires, el Río de la Plata, el mar.
Intentará la misma relación luego con Horacio Quiroga, residente en Misiones. Pero en lugar de un botellón conteniendo la acalorada prosa del autor de “A la deriva”, sólo llega un camalote ocultando un cocodrilo.
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