Viernes, 9 de julio de 2010 | Hoy
LITERATURA
Me había explicado que en otras visitas al Palace había descubierto un lugar que era el único sitio del mundo (“¿el único?”) en el que distinguía colores.
–¿Qué colores, Borges? –le pregunté.
–Hay en el centro como un color amarillo, muy fuerte, y se va difuminando; hay un momento en que están todos los colores. ¿No los ve usted?
Hablaba con una enorme precisión, como si me estuviera dictando un artículo, un poema, o como si me estuviera respondiendo a una entrevista. (...) Las palabras eran su compañía más permanente: “fíjese en windows”, me decía, ojo del viento, ¿no es magnífica? Y bungalow: “casa hecha al estilo de Bengala, ¿a qué es fantástico?”. Entonces ya no veía, decía, a sus contemporáneos, “es que yo no tengo contemporáneos”.
Le trajeron pan.
–Rico el pan –dijo. El pan en Inglaterra es malo. Es mejor en Estados Unidos, pero lo empeoran uniéndolo a las hamburguesas, esa comida terrible (...) La vida alrededor le daba los asuntos. Se fijó en los cubiertos, los tocaba:
–Fíjense ustedes: en alemán estos utensilios tienen sexos distintos; se dice lo tenedor, lo cuchillo, el cuchara. ¿Cómo deben sentirse esos objetos siendo palabras distintas? Sí, siempre fue para mí una obsesión la filología, yo soy un filólogo.
* De Egos Revueltos (Tusquets).
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