Domingo, 26 de febrero de 2006 | Hoy
MUSICA › OPINION
Por Mariano Blejman
Parecía un show calculado para los noticieros: justo a las 20, cuando Telenoche encendía su pantalla y decía lo que había que saber para estar informado, grupos rolingas intentaban “ver” a Jagger, a toda costa, como abrazando la esperanza desvanecida detrás de tantos cascotes sueltos. Había dos lógicas enfrentadas, separadas por el espacio de los antimotines: la tele (encabezada por Rolando Graña) preguntaba una obviedad “¿por qué no se van a su casa, si no tienen entradas? Si hay tantos policías en la puerta”. Los arengados respondían con otra obviedad: “Porque queremos ver a Jagger; Jagger es mi ídolo; aguante los estón” y otras cosas así. Dos mundos irreconciliables. Ese es el problema cuando una música atraviesa diversos estratos sociales: la pasión no tiene precio, el mundo rolinga no tiene plata, hay cosas que no se pueden pagar (el aguante es una de esas cosas). Para todo lo demás están las tarjetas de crédito. Para ver a los Stone no alcanza con tener pasión, hay que tener tarjetas de crédito y una conexión a Internet, o hacer la cola y pagar tres veces más que antes. O probar el efecto avalancha. (“Están igual”, dijo Jagger el martes, después de ocho años de ausencia. “Pero ustedes están tres veces más caros”, contestó un fan desde el anonimato del campo.) El aguante se hace de abajo, exige una conducta, una militancia, y por supuesto una argumentación para justificar a un grande: Jagger no tiene la culpa de ser millonario. ¡Pero hay que avisarle al Rey lo que están haciendo con su reinado! “Los Stones están enterados de lo que está pasando afuera”, aseguró el Bebe Contepomi. Estaban enterados, claro, y estaban esperando que se fueran. El del jueves a la noche era un diálogo idiota. Acostumbrados al folklore político, Graña buscaba barrabravas, punteros, algún objetivo oculto. Pero el guión parecía más bien el enfrentamiento de dos religiones que no se quieren: el Dios del consumo no se lleva bien con aquel que cree sin costo. Consume el ciudadano, y sólo así puede tener pasión. Y si no consumís, pibe, llevate tu pasión a otro lado. No jodas, que te marcamos con agua azul y te dejamos como a los pitufos.
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