Jue 02.03.2006
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CINE › EL FILM DE BENNETT MILLER

Seis años para una espiral descendente

› Por L. M.

La mañana del 16 de noviembre de 1959, Truman Capote leyó en una página interior del New York Times una noticia que le llamó la atención: un granjero de Holcomb, pequeña y apacible localidad de Kansas, había sido asesinado en su casa junto a su mujer y sus dos hijos adolescentes. Todos habían recibido disparos de escopeta a quemarropa y “no había señales de lucha y nada había sido robado; las líneas telefónicas estaban cortadas”, señalaba el conciso cable de agencia noticiosa. “Este es aparentemente el caso de un psicópata asesino”, explicaba el sheriff del condado.

Por ese entonces Capote ya era un personaje célebre, colaboraba regularmente con la revista The New Yorker –todo un barómetro de tendencias en la literatura estadounidense– y venía ensayando técnicas de ficción en textos y reportajes periodísticos, como El duque en sus dominios, su legendario retrato de Marlon Brando en Japón. Y en esa lacónica crónica policial proveniente del Oeste profundo de su país, Capote intuyó que había material para uno de esos experimentos. Lo que en ese momento no llegó a imaginar fue que aquello que originalmente él pensó apenas como un relato, o una serie de artículos, se convertiría en su novela más popular e influyente, A sangre fría, un trabajo que le demandaría seis años ininterrumpidos de investigación y escritura, casi 500 páginas consideradas la piedra basal de la literatura de “no ficción”, como la llamaría el propio Capote.

Basado en la biografía definitiva de Gerald Clarke, ahora Capote, el film escrito por Dan Futterman, dirigido por Bennett Miller y protagonizado por Philip Seymour Hoffman –amigos desde la adolescencia y, este domingo, cada uno en su rubro, firmes candidatos al Oscar– viene a proponer una tesis: que esos seis años que van desde 1959 a 1965, cuando la novela fue finalmente publicada para la consagración definitiva de su autor, fueron el principio del fin de Capote, el lado oscuro del Truman Show con que el escritor deslumbraba a los cenáculos de Nueva York, la conciencia negra que eventualmente lo empujaría a la depresión, el alcoholismo y una muerte temprana, el 26 de agosto de 1984, a los 59 años.

“Todos los materiales de este libro que no derivan de mis propias observaciones han sido tomados de archivos oficiales o son resultado de entrevistas con personas directamente afectadas”, escribió Capote en el prólogo de A sangre fría. El film dirigido por Miller (cuya única experiencia previa en el largometraje es un documental) trabaja un poco con esa misma pretensión de verdad. Por un lado, aprovecha diálogos enteros del libro para poner literalmente en boca de sus personajes. Y, por otro, allí están en la pantalla, con fechas, nombres y apellidos, todos y cada uno de los involucrados en el caso, empezando por el propio Capote y siguiendo por los asesinos Perry Smith y Richard Hickock, que terminaron ejecutados en la horca. Ese final, sugiere muy explícitamente el film, era también el que –incluso a pesar suyo– esperaba Capote para poder concluir su libro.

La película de Miller va recorriendo sobria, pausadamente el calvario de esos seis años en los que Capote llegó a conocer en profundidad no sólo una geografía que le era ajena (y donde sus habitantes miraban condesconfianza sus sofisticados amaneramientos de gay urbano) sino también, muy especialmente, a los convictos, con quienes estableció una ambigua, sinuosa relación de amistad. El film no esconde que Capote, fascinado por sus historias, necesitaba más tiempo para ganarse su confianza y poder escuchar sus relatos, por lo que en un principio los ayudó a conseguir abogados y postergar su condena. Pero tampoco elude el hecho de que Hickock y sobre todo Smith contaban con que el libro de un escritor famoso pudiera, de alguna manera, influir en su caso y lograr que fueran eximidos de la pena capital. De uno y otro lado se necesitaban desesperadamente y es esa necesidad mutua la que funciona como motor dramático del film.

Si bien Capote no es precisamente un retrato benévolo del escritor, tampoco lo muestra simplemente como a un cínico o un hipócrita, dispuesto a todo con tal de poder concretar su obra maestra. Más sutil, el film en cambio prefiere sugerir la confusión moral y el conflicto ético en los que se va sumiendo Capote a medida que vislumbra las posibilidades del libro y, a su vez, se da cuenta de todo lo que tiene que hacer (y dejar de hacer) para poder llevarlo a cabo. “Cuando pienso lo bueno que puede llegar a ser mi libro, me quedo sin respiración”, le confiesa a su compañero, Jack Dunphy. Y éste le contesta: “Pero mucho cuidado con lo que hacés para lograrlo...”.

Ese pacto fáustico será el que –en la tesis del film– terminará por minar su espíritu y acabar con él como escritor. “A sangre fría hizo de Truman Capote el escritor más famoso de Estados Unidos. Nunca más terminó otro libro”, dice el texto con el que se cierra la película, a modo de epitafio. Es verdad que Capote nunca terminó otra novela (Plegarias atendidas quedó eternamente inconclusa), pero su colección de relatos Música para camaleones, publicado en 1980, está considerado uno de sus mejores libros.

Más allá de estas consideraciones, que son materia opinable, Capote tiene en todo caso la virtud de evitar el sensacionalismo, de no simplificar su tema y de exponer las contradicciones de un escritor enfrentado a una decisión crucial: privilegiar su obra o su conciencia. Al comienzo del film, parece imposible que Philip Seymour Hoffman pueda encarnar al personaje, tal es el artificio de su composición; pero a poco de andar esa afectación se va confundiendo con la del propio Capote, hasta lograr que sea ya muy difícil distinguir a uno de otro. Ese histrionismo tan propio de Capote es, precisamente, el portal que le permite a Hoffman apoderarse del personaje sin sufrir las consecuencias con que otros actores pagaron el alto precio de meterse en la piel de una figura famosa.



7-CAPOTE
Estados Unidos, 2005.
Dirección: Bennett Miller.
Guión: Dan Futterman, basado en la biografía Capote, de Gerald Clarke.
Fotografía: Adam Kimmel.
Música: Michael Danna.
Intérpretes: Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Clifton Collins Jr., Chris Cooper, Bruce Greenwood, Bob Balaban, Mark Pellegrino.

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