LITERATURA › OPINION
› Por Diana Bellesi *
Atravesando varias décadas de la poesía argentina Juan Gelman ha sido para muchos de nosotros una voz indomable y compañera, nunca la de un master, la de un prócer, sino una voz cercana y viva donde hay lugar para cualquier tema que tensa el corazón humano, que sorprende a la mirada y trastroca a las formas en su afán de decirlo. Sólo eso parece importarle a Gelman, mientras se mueve en la cuna de una tradición de la lengua y también en su ruptura. Camina allí, en la extraña cornisa de la poesía donde la herencia letrada y el habla liberta se encuentran de peculiar manera volviendo íntimo todo lo que toca, porque ésa es quizá, la verdadera acción revolucionaria de la poesía.
Tengo muchas razones para honrar su obra, y lo hago sobre todo en su fidelidad hacia aquello que la convoca; quiero decir que Gelman va adonde es llamado, y no queda preso de su propia plusvalía, de lo que ya ha probado con éxito y el sabor del aplauso podría demandarle. No hay quien enjaule a Juan Gelman, repele las etiquetas con el torrente vivo de la lírica, y por eso siempre es nuevo y sorprendente. Un maestro que no da clases, un protagonista de su época a quien en los ochenta escuché decir, con voz queda: “tenemos que repensar lo que hemos hecho, y lo por venir”. Despojada, libre de todo gesto altisonante, su reflexión se me ofrecía de cara a la historia inmediata y sus luchas sociales, como esa práctica interna que debe ser, fundada en un compromiso ético, cuando se habla desde la pequeña voz del mundo que es la voz de la gente común y de la poesía.
Gelman es de lo más argentino que conozco, siendo a la vez del mundo, si pensamos como argentino algo difícil de enunciar. En este caso me refiero a esa pertenencia al pago chico del idioma, en medio de los torrentes del castellano que se habla a lo largo de todo el continente. Los que hemos emigrado desde familias humildes hacia la ciudad letrada sabemos que llega un momento donde es difícil distinguir qué es aquello que oímos en la tierna infancia y qué se sumó después en el océano del oído, la dulzura sintáctica dispersa por las calles, anónima y lanzada al corazón de la vida que las hace y las rehace. De ello da cuenta la poesía de Gelman, creando esa ilusión, que el arte siempre intenta, de una voz que nos aúna. Sus poemas, que nunca tendrán la ventaja “de los poemas escritos en estado de frialdad”, como él mismo nos ha dicho, nos eligen cada vez, cuando eligen lo que está “en un canto bajito”, y así sus versos se sienten repicar en los lugares más impredecibles de nuestro país, unidos ya a las raíces de la voz de la gente que nunca dejará de cantar.
* Poeta, autora de La rebelión del instante.
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