LITERATURA › OPINION
› Por Manuela Fingueret*
Allá por 1956, un editor que descubrió escritores estupendos, Don Manuel Gleizer, publicó al joven poeta Juan Gelman. Como intelectual visionario, Gleizer avizoró en este libro una conjunción de lo mejor de las tradiciones poéticas. Violín y otras cuestiones tiene sabor a Verlaine y Sor Juana Inés de la Cruz, a César Vallejo y Celedonio Flores, a Evaristo Carriego y Quevedo. Con un prólogo imperdible de Raúl González Tuñón, surge toda la magia de un poeta que con este primer libro no deja lugar a dudas sobre los caminos que comienza a transitar. He leído, creo, casi todo lo escrito por Gelman, y tuve la suerte de escuchar la cadencia de su voz recitando poemas. Yo, una jovencita que borroneaba los primeros versos, encontré en ese modo de decir y sus silencios la posibilidad de descifrar un modo propio de respirar el ritmo de mi poesía.
Cada uno de sus libros fueron un momento de regocijo que le otorgaba nueva fuerza a nuestra literatura. Con Gotán se acerca a lo que devendría un movimiento literario que entre los ’50 y ’60 se comprometió con la ciudad, el país y lo social. La izquierda va configurando con la poesía de Gelman el símbolo de una herramienta política, aunque al poeta le importaba sobre todo, sus obsesiones transformadas en expresión literaria. A fines de los ’60 se editó Los poemas de Sydney West. No voy a olvidar jamás la impresión que me causó. En ese momento sentí que la gran poesía proyectaba su sombra sobre Gelman. Es un libro que condensa una simbología esencial y proyecta su poesía junto a algunos otros de la misma generación, a un espacio que sólo habían logrado antes algunos escritores de nuestro país. Le aporta además, al mundo literario, en el que la poesía tenía un espacio poco valorizado, una dimensión expresiva del Río de la Plata cuya cadencia le impregna renovados matices al idioma. Gelman seguirá escribiendo libros como Hechos y Relaciones de 1980; Salarios del impío de 1983 y Dibaxu, de 1995, una experiencia singular en español-sefardí.
La dictadura no pudo destruir la poesía. De allí que surja en estos tiempos revitalizada y alumbre la proyección internacional de la poesía de Gelman. Nos regocijaremos de tenerlo entre nosotros para acariciar sus múltiples cicatrices, que han convertido sus versos no sólo en una experiencia poética ineludible sino en una memoria política consecuente.
* Escritora y directora de la Casa del Escritor.
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