LITERATURA
Era una noche de invierno, un domingo más triste que la mierda. Frente al Club Riachuelo, alguien rasgueaba en el bar un viejo tema de rock nacional. Era un bajón. El perro negro lo miraba al pie de la silla; el marrón no se hacía cargo, roncaba como un chancho tirado en su mantita llena de pulgas. Yo lo escuchaba con atención mientras me fumaba un porro casero. Cómo pegaba esa yerba mala. Tres pitadas largas te dejaban empastillado. Parecía que al chabón le salía sangre de los dedos. Era un asco hermoso: toda la madera enchastrada con el chocolate podrido mojado en alcohol, oscuro del tabaco que se fumó la vida entera y que ahora le corría en esas venas que vibraban a la par de las cuerdas, hasta que le saltara la cuerda, hasta que se rompiera sola de tanto tocar y tocarle al pasado con la mina. Mataaatee loocoo, le dijo un tipo por la ventana cortando por lo sano, ¡y dejá dormir a los vecinos! Pero el otro ni bola, porque seguía encapsulado en la cajita musical que hacía sonar hasta el cansancio la misma melodía que el hombre ha sufrido y sufrirá hasta el final de los tiempos, el final del amor. Yo lo escuchaba con atención mientras me tomaba una cerveza tirada. Qué ganas de mear que me daban, así que me levanté para ir al baño. Era un sucucho con una baranda que te volteaba, el piso un charco de pis; los inodoros tapados por los soretes más grandes que vi en mi vida. En las paredes me puse a leer el poema que un loco escribió con su mierda. Decía que dedicaremos nuestro tiempo a buscar ese animalito que viaja mucho. No sé qué habrá querido decir, pero no me lo puedo olvidar.
Fragmento de “Populacho de negros lobos” en Rock barrial (Norma).
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