CULTURA
La “piratería” de libros no es un fenómeno nuevo. Bacon, Kepler, Galileo, Descartes y Newton alcanzaron sus logros sin que ninguna idea de “propiedad intelectual” los empujara; y sus ideas se difundieron con toda la velocidad de la que fueron capaces los imprenteros clandestinos de las principales ciudades europeas. Vale asimismo recordar que la segunda parte de la primera novela de la historia –Don Quijote– menciona una continuación apócrifa que se había publicado sin la anuencia de Miguel de Cervantes; y eso un siglo y medio antes de que Gutenberg llegara para acelerarlo todo.
Hoy es difícil prever lo que vendrá. En Piracy: The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates (University of Chicago Press, 2009), la académica Adrian Johns subraya que la palabra “piratería” proviene de un antiguo vocablo indoeuropeo que significa “intento” o –quizá por extensión– “experimento”. En un sentido, la gigantesca compulsa sobre el modo en que sobrevivirán los textos del futuro es eso, un experimento masivo del que nadie se atreve aún a sacar conclusiones.
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