CULTURA › LA PALABRA DE HORACIO GONZáLEZ, FUNCIONARIO Y SOCIóLOGO
Dice que mantiene su opinión sobre Vargas Llosa y que le gustó poder conversar con la Presidenta. “Este episodio aumenta la capacidad pulmonar democrática del país”, señala.
› Por Silvina Friera
Horacio González tuvo una jornada agitada. Empezó a recibir llamados de las radios a las seis de la mañana. No necesita decir ni una palabra: sus ojeras hablan solas. Pero el cansancio no menoscaba su ironía barroca. “Esta fue mi carta retirada, así como en la gran literatura de (Edgar Allan) Poe y en el psicoanálisis existe la carta robada”, bromea el sociólogo. El director de la Biblioteca Nacional dice que mantiene su opinión sobre Mario Vargas Llosa y que le gustó poder conversar con la presidenta Cristina Fernández. “Este episodio creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él”, subraya en diálogo con Página/12.
–¿Cómo tomó la decisión de Cristina Fernández? ¿Cree que fue “desautorizado”?
–El diálogo con la Presidenta fue muy amable y extenso, en dos oportunidades: a la mañana, antes del mensaje parlamentario, y a la tarde. Tomó con mucho interés la cuestión, hizo preguntas y me pidió que hiciera una carta que expresara también el contenido de la conversación que tenía con ella, ya que yo había dado un parecer desde una institución pública. Es cierto que con una puntita de jocosidad, hizo una especulación sobre las alternativas dilemáticas que caracterizan la relación del funcionario con el intelectual. Como yo había dado una opinión adversa a que Vargas Llosa encabece el acto inaugural de la Feria –no a que diera su conferencia magistral–, la Presidenta me aseguró que comprendía el tema pero que pensaba que no era competencia de la institución pública esa formulación. Le pareció plenamente vigente el debate, pero me dijo que sería oportuna una aclaración de que incluso al hablar, con correctos planteos argumentativos, se podía interpretar que las instituciones del país no tenían claro su papel de garantía en última instancia de todo lo que se expone y proclama en el seno de la sociedad. No otra cosa pensé siempre: debate estricto, argumentado, e instituciones públicas de resguardo de la palabra cultural y política.
–Se podría decir que al debate que usted alimentó se suma la fuerza que le dio la Presidenta a la libre expresión de las ideas políticas en la Feria del Libro, y el respeto por la palabra de un escritor, como Vargas Llosa, que ha sido muy duro con el gobierno argentino. ¿Qué opina?
–Creo que esas opiniones no eran lo más importante, pues se trataba de considerar la urdimbre en la que se mueve el Vargas Llosa político. Ojalá en vez de decir las torpezas que dice sobre la Argentina pudiera decir algo parecido a lo que se desprende de la densidad histórica de algunas de sus primeras novelas. Sus actuales amigos políticos tienen mucho que ver con lo que, parafraseando a Conversación en la Catedral, sería la pregunta: ¿cuándo se jodió la Argentina?
–¿Por qué cree que la Fundación El libro no tuvo en cuenta las conocidas intervenciones políticas de Vargas Llosa y el malestar que podría generar entre muchos escritores que sea él quien inaugure la Feria?
–No conozco por dentro a la Fundación, pero considero que han tomado en cuenta la presencia de un Premio Nobel, argumento arrasador para cualquier editor, aunque no para los que a mí me gustan. Este episodio, no obstante, creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él.
–En un año electoral no es nada inocente ni ingenuo darle la palabra a Vargas Llosa, ¿no?
–Nadie es inocente en la Argentina, pero de vez en cuando conviene caer en la verdad de los candorosos. Un llamado al debate democrático sin preconceptos ni operaciones periodísticas puede ser un modesto nirvana cívico para recorrer caminos más originales de transformación social y cultural.
–¿Cómo sigue este debate entre política y literatura?
–Borges, Céline, Lugones, son ejemplos del cuerpo escindido de la literatura. Un alma innovadora en los signos literarios y un tejido reaccionario o conservador en las intervenciones públicas. ¿Qué decir de esto? Concibo una Feria del Libro como apertura y no como cierre de este debate.
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