TELEVISION
› Por Emanuel Respighi
La TV argentina tiene el premio que se merece. Cada año, la puesta en escena se repite con los mismos intérpretes. Las celebridades del espectáculo local se visten con lo mejor que tienen, se perfuman a conciencia, impostan sus mejores sonrisas y concurren a la “fiesta más importante de la televisión argentina”. Actores y actrices, productores y programadores, guionistas y directores, periodistas y locutores se entregan a una gran farsa transmitida en vivo. La mayoría es consciente de que los Martín Fierro no los representa, que el criterio de votación de los casi cien miembros de Aptra es impresentable. Sin embargo, el rito se reedita sin cuestionamiento público. ¿O, acaso, alguno de ellos cree realmente que un premio entregado por una asociación que sobrevive de papelón en papelón, y se entrega al mejor postor, puede ser un reconocimiento válido a su trabajo? Pero allí están todos, como en cada edición, prestándose a esa gran fiesta, siendo partícipes necesarios, para convalidar –con su presencia y su silencio– premios cuya credibilidad ha sido pisoteada una y otra vez.
La complicidad artística hacia los Martín Fierro no deja de ser llamativa, porque –en definitiva– la vista gorda que hacen productores, actores, actrices, periodistas y directores atenta contra ellos mismos. Al entregarse a una ceremonia que tiene como objetivo financiar el funcionamiento de una asociación, los artistas menosprecian y bastardean el trabajo, esfuerzo y talento que despliegan en cada proyecto. Esos mismos profesionales que muchas veces piden respeto por su trabajo a productores, programadores y periodistas son los mismos que se faltan el respeto a sí y a sus compañeros, avalando las absurdas decisiones de Aptra.
El regreso de la transmisión a la pantalla de El Trece fue la culminación de una negociación en la que Aptra mostró su alta permeabilidad. Un proceso de conciliación con el canal que comenzó hace un par de años cuando la asociación le entregó a Adrián Suar –por entonces enemistado con Aptra– un reconocimiento a su productora Pol-Ka. La ceremonia del domingo, en la que El Trece (que ganó 17 premios, entre ellos el Oro a Para vestir santos, el Platino a Marcelo Tinelli y el de mejor noticiero a Telenoche) y Radio Mitre (se impuso como mejor servicio informativo) se convirtieron en el canal y en la radio más premiadas, puso en evidencia el burdo espíritu que moviliza a quienes entregan los premios y a quienes compran los derechos de transmisión. En el medio quedan los artistas.
Aptra es una asociación compuesta por 94 periodistas, muchos de los cuales no ejercen la profesión desde hace años, y buena parte de los que lo hacen –no todos– se dedican al periodismo chimentero, interesado más en la vida privada de los famosos que en la artística. A cada uno de sus miembros, Aptra les brinda cobertura de salud familiar, les paga el abono de la TV por cable, les hace regalos monetarios para fechas como cumpleaños y fin de año, además de otra serie de beneficios. La única fuente de financiamiento de la asociación es a través de los ingresos que les depara la fiesta, mayormente a través del dinero que ingresa por los derechos de emisión televisiva. Con esa lógica, cada año Aptra entrega la transmisión –y algo más– al mejor postor. Y, se sabe, siempre hay oportunos acaudalados interesados en autocelebrarse. Si no puedes contra ellos, úneteles.
Por suerte, hay cosas que el dinero no puede comprar. La dignidad, eso que preocupaba al Martín Fierro literario pero cuesta asociar al de la estatuilla, es una de ellas.
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