LITERATURA
Fielmente le voy a contar: el 6 de marzo de 1947 amaneció nublado en todo sentido. En todo sentido quiere decir que además del cielo agrisado que presagiaba tormenta, lo objetivo, yo me sentía confuso, inseguro, nervioso. Ansiedad que carcome, a veces, en vísperas de lo trascendente. Hacía varias semanas que yo venía elucubrando ese plan; ahora debía ponerlo en marcha. Descartado Giménez, tenía justo el pretexto que me faltaba para superar la prudencia. Me sentía traicionado. Y a la traición se responde violentamente, porque el que se ablanda pierde. Y a mí no me gusta perder. A nadie le gusta.
Esa mañana fui a desayunar al casino de oficiales. Aguirre se me acercó y se sentó conmigo. Estábamos solos, porque era muy temprano. Hablamos. Me dijo que lo había llamado el comandante de la división, el coronel Yegros, Francisco Yegros. Le decían Paco el Malo. Que lo había citado por orden del general Díaz de Vivar, del Comando en Jefe, para acusarlo de que estaba conspirando; que estábamos conspirando todo el mundo y que nos dejáramos de macanas. “No –dice que le contestó Aguirre–, ustedes no se piensen, cómo, si estamos trabajando nomás.”
Entonces me planteó su posición.
–Mirá, Bartolo, mejor dejamos las cosas como están; esta vaca no puede tener cría.
–No –le dije yo–, está equivocado, vamos a levantar. No podemos echarnos atrás.
* Fragmento de “Informe sobre la guerra del 47”, en La revolución en bicicleta.
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