Martes, 4 de abril de 2006 | Hoy
TEATRO
El Doctor No Sé Qué y el Doctor No Sé Cuánto y el Doctor Vaya a Saber, que está de paso y que le pareció bien venir a joder también un poco. Ardiendo en tibio túnel de congoja, mi humillación se completa cuando me sacudo sin razón y me tropiezo con las palabras y no tengo nada que decir sobre mi “enfermedad”, que de todos modos sólo consiste en saber que nada tiene sentido porque me voy a morir. Y estoy estancada en esa suave voz psiquiátrica de la razón que me dice que hay una realidad objetiva en la cual mi cuerpo y mi mente son uno solo. Pero no estoy aquí y nunca he estado. El Doctor No Sé Qué anota y el Doctor No Sé Cuánto ensaya un murmullo compasivo. Observándome, juzgándome, oliendo el terrible fracaso que rezuma mi piel, mi desesperación aferrada con uñas y dientes y mi pánico que todo lo devora, empapándome, mientras boquiabierta me horrorizo ante el mundo y me pregunto por qué todos sonríen y me miran sabiendo en secreto de mi dolorosa vergüenza. Doctores inescrutables, doctores sensatos, doctores estrafalarios, doctores que más bien dirías son pacientes bien jodidos si no fuera porque te presentan pruebas, hacen las mismas preguntas, ponen palabras en mi boca, ofrecen curas químicas para la angustia congénita y se cubren las espaldas unos a otros hasta que quiero gritar que vengas, el único doctor que me tocó por propia voluntad, que me miró a los ojos, que se rió de mi humor de cadalso pronunciado con voz de tumba recién cavada, que se lo tomó en joda cuando me afeité la cabeza, que mintió y dijo qué bueno verte.
Extraído de la obra 4:48 Psicosis.
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