Mientras que algunas corrientes críticas asocian lo “bruto” con lo no pulido o lo no oficial, puede decirse que Fuerzabruta consiguió su propio espacio de protagonismo en las tablas nacionales a través del perfeccionismo y la atención por el detalle. No es desatinado apuntar que defienden cierta idea del primitivismo que abarca lo intuitivo y lo ritual; pero quien los haya visto en vivo sabe que no trabajan al tuntún. Laura Mésigos, una de las “mujeres voladoras” que se vieron en el Bicentenario, confiesa que a pesar de que se está en una etapa de ensayos intensivos, aún no sabe lo que le va a tocar hacer: “Estar en este equipo es un poco eso. Flotar sin descanso. Literalmente, incluso. Creo que en los últimos diez años estuve más tiempo colgada que en el suelo”.

A su turno, Martín Buzzo –que participa en la célebre escena del “corredor”– destaca lo que se puede aprender en un proyecto tan desestructurado. “Yo vengo del teatro ‘tradicional’, y lo primero que tuve que aprender fue a laburar desde la libertad absoluta que te da Diqui. Al principio eso te desorienta un poco, porque nadie va a venir a pedirte que hagas las cosas de tal o cual forma. No; él viene con imágenes en la cabeza y entre todos vamos viendo qué sale. El tema es que cuando encuentres algo, él va a venir de nuevo para desarmarlo, o rearmarlo. Es un diálogo permanente que nos ayuda a alcanzar otro requisito clave: en cada función nos planteamos estar plenamente vivos.”