Jue 23.06.2011
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CULTURA › OPINIóN

La historia compartida

› Por Jorge Coscia *

Nosotros somos iberoamericanos, hagamos lo que hagamos. Tengamos o no tengamos buenas políticas culturales o un Congreso que se reúna cada año para discutir políticas en torno de la materia. Pero sin duda, la perspectiva de la cultura en Iberoamérica, verdaderamente integrada y produciendo políticas culturales de inclusión, sólo es posible si coordinamos nuestros esfuerzos.

Iberoamérica existe como entidad cultural desde hace más de quinientos años. Europa construyó una identidad común desde la desconfianza; nosotros, en cambio, tenemos las cosas –en ese aspecto al menos– más sencillas. Mucho de lo que se ha hecho a partir del proceso de independencia, esto es, la imposición de intereses mezquinos de minorías, generalmente relacionadas a los puertos, pretendía sustituir la hegemonía española por otras hegemonías. Estos sectores construyeron pequeños países, que abrieron sus puertas para el comercio con Inglaterra y con Europa, y las cerraron para las conexiones horizontales entre nuestras propias comunidades. Los países de América latina permanecimos durante los siglos XIX y XX en compartimientos estancos, separados unos de los otros y alejados de las naciones madre ibéricas.

La historia nos brinda una lección clara. La historia es la acumulación de políticas, decisiones de políticas y de construcciones políticas. Y la cultura es la acumulación de historia. De manera tal que las perspectivas de la cultura iberoamericana están indisolublemente atadas, como los hechos que acabamos de repasar, al curso de los hechos políticos que atravesamos ahora. La historia nos advierte que sólo hay un camino para que la cultura iberoamericana florezca demostrando su potencial transformado, y es avanzar por el camino de la integración.

Vivimos por estos tiempos en Latinoamérica la segunda ola de incorporación de los sectores populares. La primera fue en los ’40 y los ’50, tiempos de Vargas en Brasil, el APRA peruano y Lázaro Cárdenas en México, por nombrar sólo a algunos referentes. Y por supuesto, para el caso argentino, la época dorada del general Perón y de Evita, probablemente cuando el proceso de incorporación se diera con mayor intensidad si lo vemos en forma comparada. Esa incorporación partió en dos el siglo XX de los países del subcontinente.

Ahora bien, esa integración debe darse compensando las simetrías que existen entre los países que la componen. No se puede dar reconstruyendo hegemonías de las que logramos tiempos atrás emanciparnos. No se puede dar la integración haciendo propuestas de que haya países de segunda categoría. El diálogo debe ser entre pares que se reconozcan en sus diferencias y las vivan como aspectos que enriquecen el debate. No donde unos mandan y otros obedecen. Esto es un gran desafío para aquellos países a los que la historia brindó mayor territorio, mayor fortuna económica (o mejor fortuna política).

Hoy, retomando aquel espíritu pero aggiornándolo a los tiempos, tenemos a los gobiernos que se asocian con el famoso “giro latinoamericano”, gobiernos populares y profundamente democratizadores como los de medio siglo antes. La región, de la mano de gobernantes cada vez más parecidos a sus pueblos, según una feliz expresión de la presidenta argentina, ha ido ganando en madurez, ha ido afianzando una mayor autonomía respecto de los centros de decisiones tradicionales y una capacidad de coordinación interestatal en distintos foros internacionales realmente impensable hace unos años. Son sorprendentes los logros que juntos hemos alcanzado en la integración regional en la última década.

Con estos eventos recientes como telón de fondo se inscribe el IV Congreso Iberoamericano de Cultura de Mar del Plata. Con la tradición de cinco siglos en el fondo de la historia que constituye nuestra argamasa común, de identidad compartida. Con la historia “corta” de los últimos doscientos años, donde primó la lógica de la balcanización de nuestros pueblos, llegando a veces a absurdos ridículos de enemistad entre países hermanos. Pero con los enormes avances que hemos logrado en la última década, bajo el auspicio de la revolución democrática y pacífica que han imprimido, cada uno a su manera y con sus tonos específicos, los gobiernos populares de la región.

El lema del IV Congreso Iberoamericano de Cultura que estamos organizando es “Cultura, Política y Participación Popular”. Si tuviéramos que resumir en un eje temático el espíritu del mismo, diría que este Congreso en Mar del Plata busca instalar la reflexión acerca de la centralidad de la cultura en el marco de las políticas de Estado a partir de la participación. Para fortalecer la gobernabilidad democrática, afianzando la diversidad y el respeto por las diferencias, para encarar los desafíos pendientes de la inclusión social.

La alternativa por la que abogamos, y que este Congreso Iberoamericano de Cultura en Mar del Plata busca profundizar, es la de reforzar los lazos de integración que tienen por sustento cinco siglos de historia. La participación de nuestros pueblos es la garantía de que ese proceso no quedará trunco y que los esfuerzos no serán vanos.

* Secretario de Cultura de la Nación.

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