TEATRO › LA HISTORIA, SEGUN EL RESPONSABLE DE LA PUESTA DEL REGIO
Interrogantes volando entre la harina
La harina “volaba” en la puesta que el actor, director y docente Luciano Suardi presenció en su adolescencia rosarina. “Ese fue entonces mi gran contacto con esta obra”, recuerda hoy. Contaba catorce años, y el mundo no era el que ahora descubre en su montaje de El pan de la locura. En la sencillez aparente de esta pieza de 1958 halló complejidades y afirmaciones como la de una Juana que se atreve a decir que el veneno estaba y sigue estando allí, en la panadería, donde ella es la patrona sumisa al marido. Los hongos no prosperan sólo en la harina de centeno almacenada. Se multiplican “en el miedo a soltarse y en la sordidez de un lugar de trabajo (y de una sociedad), donde el orden moral ya está resquebrajado”. En opinión de Suardi, “la gran pregunta es de qué somos responsables y hasta dónde”. Un interrogante de índole individual y social aún vigente, “porque quiénes y cuántos son responsables de la tragedia de Cromañón, y qué ha quedado en claro”. Con estudios realizados en las escuelas y talleres de Alejandra Boero, Augusto Fernandes y Vivi Tellas, y prácticas y becas en el exterior (en el Lee Strasberg Theatre Institute de Nueva York y el Teatro McCarter), Suardi se destaca hoy en otras piezas de la cartelera, El hombre que se ahoga, una dramaturgia de Daniel Veronese sobre Las tres hermanas, de Anton Chejov, y en Los mansos, de Alejandro Tantanian. Una apuesta a futuro es el montaje y la escritura (junto con el poeta y escritor Diego Manso) de un espectáculo que recordará los cien años del nacimiento de Greta Garbo. Esta obra integrará el Proyecto 05, que coordina Rubén Szuchmacher en El Kafka.
–¿El teatro da respuestas?
–No es mi intención darlas, pero sí plantear a los espectadores las preguntas que nos conmueven a mí y a los actores. Cuando hablo de un orden moral roto, me refiero también a la manera en que cada uno defiende su lugar, aferrándose mezquinamente a él por miedo a perder y nombrar a las cosas tal cual son.
–¿Nombrar es peligroso?
–Sí, porque se asocia nombrar con denunciar y la denuncia es pérdida para quien usa máscaras para engañar, sobrevivir o lo que sea. La obra tiene, sin embargo, una mirada piadosa sobre esas máscaras que en general nos ponemos para “pertenecer” y esconder insatisfacciones.
–¿Esa piedad debilita la oportunidad de ser sinceros?
–No sé si importa tanto que los personajes no vayan hasta el fondo de lo que saben. Sienten miedo, pero entienden. Quiero pensar que el final de la obra servirá para preguntarse y cuestionar, por ejemplo, por qué es tan difícil aprender juntos. Eso lo pienso también en este encuentro mío con Gorostiza. Creo que, a pesar de nuestras diferencias estéticas, hemos podido enriquecer el trabajo de todos. Quiero remarcar esto porque me da mucha tristeza que la gente prefiera un aprendizaje en solitario o tomar conciencia de los problemas que padecemos únicamente desde el espacio que cada uno ocupa.
–¿Opina que ese comportamiento trasciende lo individual?
–Es un tema social. Ya vimos que ni las tragedias nos enseñan.
–O sea que no nos desprendemos de lo que nos envenena.
–Porque no sabemos cómo, pero igual cada uno hace lo que sabe, y espero que cada vez con menos miedo a pensar.
–¿En qué consiste en este caso su dramaturgia?
–La llamo dramaturgia de dirección. El realismo de hoy es más ambiguo que el de los años ’50, y eso me llevó a hacer pequeños cortes en función de lo que quiero destacar. Creo que no traicioné la esencia del texto, incluso algunos cambios los decidí con Gorostiza. Pensé que era mejor que algunas conductas de los personajes se expliquen un poco menos. Eso le da una mirada contemporánea a la puesta. En cuanto al lugar en el que se desarrolla la acción, propusimos con Oria Puppo algo más fabril que la cuadra de la panadería del texto original. Igual se amasa pan y “vuela” harina. El vestuario es el de los ’50. Me gusta “contar en época”. Lo hice en la puesta de Los derechos de la salud y Panorama desde el puente. Es mejor entender las historias tal como se dieron en su momento y no traerlas al presente, forzándolas. Esto nos permite distanciarnos y al mismo tiempo extraer datos sin necesidad de elaborar un montaje histórico. Con Diana Szeinblum trabajamos una coreografía donde se ve a los panaderos amasando. Una situación que reiteramos como si la historia fuera un engranaje, donde el pan “debe seguir amasándose”. El problema es que no se amasa desde un “buen lugar”, el que necesitamos para nutrirnos, sino desde un sistema que no nos alimenta.
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