TEATRO
La ruptura total entre dos sistemas de valores igualmente absolutos alienta la producción artística de Jean Genet (1910-1986). Propósito que intensifica una dramaturgia de tinte liberador (no libertario), que devela además aspectos irrisorios del lenguaje. Este autor –que supo transmitir en sus escritos la fascinación que ejerce el Mal (así, en mayúscula)– ha influido notablemente en la escena argentina por su carácter transgresor (no contestatario). Una de sus obras más representadas en el ámbito local ha sido Las criadas (1947), basada en un hecho real, el doble crimen de las empleadas domésticas Christine y Léa Papin. La traición y la violencia y muerte rituales son una constante en sus creaciones escénicas: Severa vigilancia, Los negros y Los biombos. Un material atractivo para los estudiosos, como sus novelas, ensayos y entrevistas, en los que varios especialistas han descubierto inexactitudes, algunas referidas a su leyenda de escritor maldito.
No faltaron escándalos en su vida. Durante la presentación de Los biombos, en 1961, en el Teatro del Odéon de París, se produjo un ataque de grupos defensores del colonialismo francés en Argelia. Treinta años más tarde, esa misma obra fue retirada de la programación del Teatro Nacional de Marsella, por temor a una ofensiva. En ese momento se libraba la guerra del Golfo. La biografía de Genet parece haber marcado su obra, como el placer de jugar con los opuestos, entre éstos mentira-verdad. “La verdad sólo es posible cuando estoy solo. La verdad nada tiene que ver con una confesión o un diálogo”, sostuvo en una entrevista a Hubert Fichte. Hijo de madre soltera, Genet fue abandonado a los siete meses y educado por una familia de campesinos hasta la adolescencia. Se lo acusó por robo y fue internado en un reformatorio de Mettray, de donde fugó. Se alistó en la Legión Extranjera, desertó y pasó a vivir en Marsella y luego en París. Orgulloso de su homosexualidad, escribió textos que sacaron roncha. Viajó sin pausa; enfermó de cáncer en la garganta y murió en abril de 1986, en un cuarto de hotel de París. Escribió novelas que se transformaron en mito, como su figura: Milagro de la rosa, Querelle de Brest, Nuestra Señora de las Flores, y una pseudobiografía célebre, Diario de un ladrón. Contó entre sus amigos y defensores a Colette, Jean Cocteau y Jean-Paul Sartre (que le dedicó su libro San Genet, comediante y mártir) y a quienes el escritor reprochó que lo hubieran canonizado. Prefería las verdades y mentiras que él mismo imaginaba sobre su persona.
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