Jueves, 11 de agosto de 2011 | Hoy
CINE › ANDRéS DI TELLA PRESENTA SU FILM HACHAZOS, SOBRE EL LEGENDARIO CINEASTA EXPERIMENTAL CLAUDIO CALDINI
Fruto de un prolongado trabajo de acercamiento a su vida y su obra, que también derivó en un libro, el director de Montoneros, una historia y Fotografías se internó en la intimidad de un personaje fascinante, marcado a fuego por la década del ’70.
Por Oscar Ranzani
En 1976, con diecisiete años, Andrés Di Tella conoció al enigmático director de cine experimental Claudio Caldini. Fue de una manera que nunca más olvidaría. Su madre era amiga de Marta Minujín y la legendaria artista plástica le comentó que precisaba un joven para actuar en una performance que Caldini iba a filmar. Minujín iba a protagonizar un autoentierro. “Me acuerdo de que era invierno y ella estaba en bikini en la terraza como tomando sol y yo le tenía que tirar paladas de tierra mientras Caldini filmaba”, recuerda Di Tella acerca de este experimento que, mirado a la distancia, se puede relacionar con el clima que se vivía en aquellos años con la dictadura haciendo desaparecer cadáveres. “Yo en ese momento no tenía idea si eso estaba relacionado. Sabía perfectamente lo que estaba pasando en el país. Pero no asocié. Después, pensándolo, tiene connotaciones obvias”, confiesa Di Tella en la entrevista con Página/12. “Pero el arte, a veces, es así: tiene una especie de electricidad que está en el aire, como un pararrayos, y baja eso. No es casualidad que en esos años se enterraban cuerpos anónimos todos los días. Ahora, para nosotros la relación es obvia. En ese momento, por ahí era algo que nadie quería estar pensando”, agrega el director.
A Di Tella siempre le quedó el recuerdo de Caldini. Y cuando se aprestaba a realizar Fotografías, el documental sobre su madre (de origen hindú), decidió conocerlo más. Como Di Tella tenía intenciones de viajar a la India –que finalmente concretó para ese documental– y sabía que Caldini había estado por allí, huyendo de los horrores de la dictadura, decidió rastrearlo para conocer su experiencia. “Había tenido un shock muy grande en la India. Yo quería saber qué le había pasado. Fui a verlo y en ese momento él no me pudo contar gran cosa. Me dijo que la experiencia lo sobrepasó y hasta ahí llegó”, relata Di Tella. Tiempo después, el fotógrafo Guillermo Bueno le comentó a Di Tella que iba a comenzar un curso de cine que dictaba un tal... Caldini, y que iba a exponer películas de los años ’30 de cine experimental. “Además de todo lo que Caldini significa como cineasta, yo sentí que también era una especie de portador de una tradición medio hermética, casi ocultista del cine experimental”, explica Di Tella. “Tuve la sensación de que Caldini era como esos viejos sabios de la tribu que llevan una sabiduría especial que sólo ellos tienen. Incluso, hay una frase que dice: ‘Cuando muere un anciano en alguna aldea lejana es como si se incendiara una biblioteca’. Entonces, sentí eso con Caldini”, admite el director de Montoneros, una historia.
Como la intriga podía más, Di Tella fue a verlo nuevamente. Desde entonces, ambos comenzaron a reunirse todas las semanas a charlar y cuando Di Tella llegaba a su casa escribía todas sus impresiones en un pequeño cuaderno. Después, eso se convirtió en el boceto de un libro, que finalmente se presentó ayer. Di Tella pensaba solamente escribir un libro pero no hacer una película, porque le resultaba un tanto extraño hacer un film sobre otro cineasta. Hasta que habló con su amigo y colega Martín Rejtman, quien lo convenció de que también podía hacer un film. Y así nació Hachazos, un documental alejado totalmente de los convencionalismos, en el que Di Tella va tras los misterios de Caldini y presenta públicamente a un director secreto y olvidado, único en el medio. Sin llegar a ser una biografía, el film se compone de encuentros entre ambos, diálogos y proyecciones del material de Caldini que no hacen más que mostrar a un personaje muy enigmático, que hace cine sin recursos y, tal vez, no apto para espectadores con preconceptos. Con producción de Marcelo Céspedes para Cine-Ojo, Hachazos se estrena hoy en la cartelera porteña.
–¿La idea fue establecer un recorrido por parte de la vida de Caldini, pero no pensando en grandes acontecimientos sino más bien en aspectos cotidianos?
–Podría ser. Gracias a que había escrito el libro, no pensé en contar la vida de Caldini, porque eso estaba más contado en el libro. Es medio raro porque es una mezcla de diario, ensayo, biografía, relato. Pero cuenta la vida de Caldini. Entonces, me pareció que la película era finalmente el encuentro entre dos cineastas. Quería ver cómo filmaba él y cómo concebía el cine. Y cómo se relacionaba eso con mi propia manera de concebir el cine. Y eso está reflejado en la película.
–El film combina diálogos preparados con escenas espontáneas. ¿Por qué lo pensó de esta manera?
–Yo digo que no es exactamente un documental sobre Claudio Caldini, sino que es una película con Claudio Caldini. No en el sentido con que se habla cuando es con un actor, sino que fue hecha, de algún modo, en colaboración. Y no sólo en colaboración sino también en tensión y peleas entre dos concepciones distintas. Por ahí, yo estoy en una cosa más de la narrativa, el testimonio, la historia de vida. Y él está más en la contemplación, en la síntesis, en una especie de economía de medios. El filma solo, yo lo hago en equipo. O sea, hay muchos contrastes. Me interesaba plantearlo así. Y lo primero que hicimos fue ver cómo hizo algunas de sus películas. Y él, en vez de contarme, me decía: “Vamos a hacer una”. Hicimos intentos, algunos más logrados que otros, pero fue un punto de partida.
–¿Y cuánto de la película se construyó en el mismo momento de filmarla y cuánto de lo filmado estaba guionado?
–Todo se construyó día a día. Yo me instalaba una semana en la quinta que él cuidaba, ya que era el casero. Yo trataba de no tener un plan. Tenía ideas, porque es inevitable. Y tenía escrito una buena parte del libro. Pero no era el guión. Entonces, mi objetivo era hacer estas reconstrucciones y llegar a tener conversaciones con él a partir de sus películas. El me proyectó todas sus películas. Y después de cada proyección, nos poníamos a conversar. Al principio, era muy resistente porque es una persona bastante hermética. Costó, pero fue entrando en confianza, y también habíamos tenido todas esas reuniones para escribir el libro. Se daba esa magia que cuando terminábamos cada proyección nos poníamos a hablar en la oscuridad. Y ese clima lo dejé porque me parecía interesante. Eso también tiene que ver con el misterio de Caldini y, en el fondo, el misterio de cualquier persona. También uno se pregunta: “¿Cuánto sé de esta persona? Por un lado, sé un montón después de haber visto las películas, pero, por otro, ¿cuánto sé realmente?”.
–Recién señalaba algunos contrastes, pero, ¿con qué se identifica de la manera de hacer cine de Caldini?
–La frase “filmar como se vive, vivir como se filma”, que yo anoté en mi cuaderno y que aparece al final de la película, tiene que ver con eso. Esa idea de llevar hasta las últimas consecuencias una idea de un cine que, aparentemente, va a contrapelo. Durante muchos años, nadie quería ver las películas de Caldini. Sufrió desde la indiferencia hasta directamente agresiones por hacer el cine que hacía. Y él siguió y siguió. Cuando no lo pudo hacer durante unos años, se dedicó a otra cosa. Y ahora volvió. Hay algo de esa persistencia, de pagar el precio que sea por plasmar tu visión. Hay algo del artista romántico en él que me pega y me motiva. Y salvando las distancias, creo que yo también estoy en un camino propio. Entonces, lo tomo a él como alguien que hizo ese camino y no murió en el intento.
–¿Cree que es un artista olvidado o él prefirió el anonimato?
–Es una mezcla de las dos cosas. Fue alguien que no se preocupó por difundir su obra, pero es alguien que también fue ignorado. Como fue todo ese cine de súper 8. También es un formato muy particular que no permite copias. Entonces, prácticamente para ver las películas de Caldini, las tiene que proyectar él. Y Caldini ha hecho ahora algo con eso. Hace proyecciones múltiples. El lo llama cine en vivo, que me parece muy interesante como concepto. Está pasando en ese momento. Y Caldini y el cine de Caldini también me hacen pensar en qué momento se produce eso que llamamos cine. ¿Es cuando uno lo filma? ¿Cuando uno lo proyecta? ¿O es simplemente en la cabeza del que lo está viviendo? Y la verdad es que son películas de una belleza asombrosa. Caldini es un gran cineasta. Y me parece que hay cierta pereza o convencionalismos de la crítica de que, si no es un largometraje que se estrena los jueves, no es cine.
–En un momento, Caldini dice que cuando mejor filma es cuando no piensa. ¿Cree que esa frase lo define como un cineasta único?
–Sí. En la película, yo estoy tratando de preguntarle qué es lo que pasa por la cabeza de él mientras filma y él dice esa frase. Y yo me quedo pensando. Y puse un plano de mí callado. Y me parece que justamente es una forma de despojarse de los convencionalismos, de los preconceptos y dejar que aflore cierta relación entre el ojo, la cámara, lo que estás filmando y la improvisación. En ese sentido, Hachazos termina con mi frase: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”. Todo el encuentro con Caldini me motivó mucho y me hizo pensar mucho en la imagen. De hecho, creo que esta película ya es diferente a las anteriores. Es decir, el trabajo con la imagen y el tiempo es distinto al de las anteriores. O sea que esa frase que yo pongo al final de Hachazos es, de algún modo, retrospectiva de esta película. Hachazos ya es diferente por el encuentro con Caldini.
–¿El de Caldini es un cine en estado puro?
–En algún sentido, sí. Creo que mi cine, en ese sentido, es lo contrario: es híbrido, totalmente mezclado con la literatura, la investigación, hasta la historia. Siempre me interesa cómo un destino individual se cruza con la historia, lo personal con lo político. Pasa eso en Montoneros, una historia, Fotografías, incluso en ésta porque Caldini también está cruzado por la historia: por la dictadura, los años ’70. El no fue un militante, pero su vida fue muy afectada por la dictadura. Casi se podría decir que su personalidad entró en estallido por la opresión que se vivía en esos años y la necesidad de escapar e irse a cualquier lado en busca también de una utopía, porque los años ’70 no eran sólo la idea de la militancia política sino que estaban pasando muchas cosas en la Argentina. Y creo que tiene que ver con la búsqueda de la utopía espiritual, la liberación, modos de vida alternativos. Entonces, me parece que Caldini es eso. Pero cuando Caldini hace cine no está pensando en todas esas cosas. Yo creo que igual sus películas reflejan la época. Y si de cada una de ellas, uno sabe en qué momento la filmó y cuál era su circunstancia, son autobiográficas. Y eso es un poco lo que explicito más en el libro que en la película.
–¿Por qué cree que la obra es la vida del artista?
–No es que crea eso, sino que me parece que en ciertos artistas, su vida también es como una obra. Para mí, el caso de Caldini es ejemplar. Y me parece que, en el fondo, la película trata de eso: cómo una persona que no transa con nada ni nadie se queda sola en buena medida, pero logra hacer lo que se propone, cueste lo que cueste. Y creo que Caldini pagó un precio alto. Hasta perder la razón por enfrentarse con la indiferencia y la hostilidad y seguir haciendo su cine. Nunca intentó hacer otra cosa. En parte, Hachazos es un documental porque Caldini es real pero, a la vez, la película es como una leyenda. Y lo que propone al espectador es entrar en un viaje, compartir esa especie de parábola del artista que no concede nada y sigue con su visión hasta las últimas consecuencias.
–¿Y cómo influyó la vida errante de Caldini en su obra?
–Yo creo que todas sus películas tratan sobre lo efímero, sobre las cosas que se nos escapan de las manos. Por ejemplo, una de las últimas que hizo y que muestra al final de Hachazos se llama Lux Taal. En realidad, son dos palabras que él encontró en chapas de autos. Y después le agregó una “a” a “Tal”, porque pensó que “Lux” es “luz” (en latín), y “Taal” es “ritmo” en sánscrito. Todo esto por ver las patentes de los autos. Esos dos elementos hablan mucho de la mente de Caldini. Es un corto que lo hizo con tres rollitos en el formato Single Eight, que es como el súper 8, pero un poco diferente. Cada rollo dura tres minutos. Y durante varios años, filmó con esos rollos de una forma muy económica. Y condensó en esa película seis años de su vida y su relación con la naturaleza. Es impresionante. Y son fotogramas que se escapan, que son casi imperceptibles y de una belleza conmovedora.
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