Vie 19.08.2011
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CULTURA

El acceso social a los libros

› Por Silvina Friera

Desde Resistencia

No hubo tregua para las neuronas en el Domo del Centenario. Después de la inauguración del 16º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, arrancó la primera mesa de debate de reminiscencias hamletianas: “Cerca y lejos de los libros. Tener y no tener una biblioteca”, de la que participaron el escritor peruano Alonso Cueto; la periodista Judith Gociol; Margarita Eggers Lan, directora del programa Nacional de Lectura, y la chilena Paula Larrain. “Nuestra biblioteca personal no es la que tenemos en los anaqueles, sino la que tenemos en la memoria”, dijo Cueto. Y en la memoria del autor de La hora azul está la intensidad con que el adolescente que fue leyó la poesía de César Vallejo, después de la muerte de su padre. “La experiencia de la orfandad, del estar a la deriva en el mundo que me revelaba la poesía de Vallejo, era mi experiencia personal de entonces. Nunca me he recuperado de ese descubrimiento, y aún hoy, cuando leo los versos de Vallejo, redescubro el mundo sin mi padre y sin un padre.”

Eggers Lan se permitió dudar del poder de la biblioteca en un hogar con flor de ejemplo. “En la ciudad donde vivo, en el barrio que se supone más culto y en el que más bibliotecas personales se poseen, ganó por el 80 por ciento de los votos un candidato que para hablar en público y responder preguntas ante las cámaras necesita que alguien le sople al oído lo que tiene que decir. No puede hilvanar dos frases seguidas que sean congruentes –fustigó la directora del Plan Nacional de Lectura, sin necesidad de mencionar a Mauricio Macri–. Y en la villa más grande de la ciudad, donde las bibliotecas personales escasean y estudiar es realmente un esfuerzo enorme, ganó por dos tercios el candidato opositor, que fue el mejor ministro de Educación que tuvimos en nuestro país.”

Gociol, autora de Un golpe a los libros, trabaja en la Biblioteca Nacional en un proyecto de recuperación de bibliografía, documentación y testimonios de las experiencias de Eudeba y el Centro Editor de América Latina, ambos bajo la gestión del mítico Boris Spivacow, editor que lanzó unos 6000 títulos entre los dos emprendimientos editoriales. Spivacow era en verdad un “subversivo”. Así lo definió Gociol para repensar el “sentido más profundo y legítimo” de una palabra, cuya connotación peligrosa y negativa fue aportada por las dictaduras militares. “No hay idea más sanamente subversiva que vincular dos necesidades básicas: la cultura y la alimentación. La cabeza y el estómago.”

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