TELEVISION › OPNION
El palacio de los simples
Con seriedad y modestia, Maradona empieza por aceptar, en su segundo programa, los elogios recibidos por el primero. Reconoce que fueron varios los que le dijeron que el suyo parecía “un programa europeo”. Y Susana Giménez, en visita de entusiasmada cortesía, se maravilla antes de sentarse: “¡Pero esto es la RAI!”.
Y sí: los despliegues técnicos y ornamentales del estudio, la magnitud e inocencia del acompañamiento por el cuerpo de baile, el invariable buen humor de unas conversaciones hechas para degustar, en general, desde las más asentadas categorías del sentido común, hacen pensar en esa televisión europea, especialmente española o italiana, que no parece haber sido hecha para chicos pero sí para espectadores llegados a una feliz, como se creía posible en otro tiempo, “segunda infancia”.
Y entre tanta distensión surgen también desvíos que son de celebrar. ¿Desde qué previsibilidad adaptada podrá recibirse, sin un cierto sobresalto, el relato abiertamente satisfecho del gol con la mano a los ingleses, o la pregunta a Ricardo Arjona acerca de la guerra de Irak? De pronto irrumpe una rebeldía política que, por momentos, en su expresión, ni siquiera es políticamente correcta. Y después vuelve la simplicidad; por ejemplo, en los elogios interminables a los visitantes (a Ginóbili, por ejemplo, que gambeteó los pedidos de complicidad en la conversación como un Maradona de los diálogos de compromiso).
En esas oscilaciones puede estar la gracia, o hasta el desvío para recordar. Como en aquellas conversaciones con las visitas que venían a casa, antes de que se rompiera la armonía paternofilial. Todavía en los ochenta, en La era neobarroca, Omar Calabrese decía que las complejidades del estilo contemporáneo son típicamente contestadas (¿compensadas?), como sucedió también en otros tiempos intrincados, por saltos a la sencillez. Los medios le siguen proveyendo ejemplos, lujosamente vestidos de espontaneidad.
* Semiólogo.
Nota madre
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