Jue 10.11.2011
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CINE › DIEGO PERETTI, LUIS ZIEMBROWSKI Y LA EXPERIENCIA DE UN AMOR, LA NUEVA PELíCULA DE PAULA HERNáNDEZ

“Es una película emocional que no enfatiza”

Los protagonistas del film que se estrena hoy dicen que la identificación del espectador con lo que sucede en la pantalla surge con la naturalidad de que todos tienen un anclaje con historias de la adolescencia y sienten el impacto del paso del tiempo.

› Por Emanuel Respighi

Bruno y Lalo son dos adolescentes de esos que de tan amigos no se los puede concebir por separado. De hecho, forjaron un vínculo tan estrecho al punto de que ninguno de sus otros amigos se atreven a cuestionar el lugar que Bruno se ganó en la cabina de la camioneta de Lalo. Nada parece ser capaz de interferir entre ellos. Sin embargo, el arribo a Victoria en una tarde de verano de Lisa, otra adolescente proveniente de Buenos Aires, logrará sumar una tercera a esa amistad y descolocar a los amigos, incapaces de discernir entre amor y amistad. Mucho más cuando, con el mismo imprevisto con el que irrumpió en sus vidas, Lisa se marcha sin despedirse ni dejar rastro, aunque sí una marca interior en cada joven. Treinta años después, Lisa regresa a sus vidas para un reencuentro que cada uno, interiormente, parece haber fantaseado, como la oportunidad de aclarar qué fue aquello que ocurrió en aquel verano al que imaginariamente volvieron una y otra vez durante todos estos años. Ese es el nudo dramático de Un amor, la nueva película dirigida por Paula Hernández (Herencia, Lluvia), que hoy se estrena en la cartelera porteña, con los protagónicos de Diego Peretti (Bruno), Luis Ziembrowski (Lalo) y Elena Roger (Lisa).

Bajo un relato estructurado en dos tiempos (la juventud del trío en la década del ’70 y el reencuentro en la actualidad), la historia de Un amor aborda cuestiones como la amistad, el despertar sexual, el paso del tiempo y la marca no perecedera de heridas abiertas en épocas confusas. Una trama dramática que propone un viaje en el tiempo a los espectadores, a sus recuerdos más preciados o a la sensación inconfundible, inolvidable, del primer amor. Con un relato sencillo que emociona sin caer en el sentimentalismo, Un amor conforma una película bella y sensible, que conmueve a todo el que se deja llevar por un cuento (basado en Un amor para toda la vida, el texto de Sergio Bizzio) narrado desde una reconocible textura cotidiana. El paisaje sereno e introspectivo a orillas del Paraná en el que transcurre la historia sirve de contención al vínculo del trío de ayer y hoy.

“Que sea una película de amor fue un imán y que, encima, estuviera bien escrita y llevada, me hizo tirarme de cabeza”, confiesa Ziembrowski. “Es un film que tiene una buena base para encontrar personajes con gravedad, con la gravedad que impone el paso del tiempo y el barullo que produce ese paso del tiempo”, agrega el actor en la charla que lo reúne con Peretti. “En mi caso –se suma su amigo íntimo en la ficción–, la posibilidad de filmar una historia minuciosa, detallista y descriptiva de un momento dramático, en el sentido conflictivo del paso del tiempo, fue suficiente para aceptar la invitación. Un amor cuenta la historia de tres amigos de la adolescencia que se dejaron de ver porque pasó algo entre ellos, algo que no pudieron procesar por un final abrupto y nunca aclarado. Por eso el reencuentro tiene cierta viscosidad conflictiva: no se saben qué decir, hay algo muy pesado entre los tres que no se dicen, y tampoco saben ellos qué carajo es lo que les pasa, treinta años después.”

–La película juega todo el tiempo con la incertidumbre de lo que les ocurrió en la adolescencia. ¿Creen que esa confusión con la que cargan los personajes en ambos tiempos del relato tiene que ver con la ingenuidad iniciática adolescente en el que surgió la amistad?

Luis Ziembrowski: –Es una historia muy sensorial, por eso les cuesta tanto a los personajes ponerlo en palabras. Lo que les pasó a cada uno está tan profundamente guardado que cualquier cosa que sucede en el reencuentro, cualquier gesto o palabra que se dice, vuelve a transportarlos a aquella relación tan estrecha e inexplicablemente escindida de un día para otro.

Diego Peretti: –Hay un silencio pudoroso que sobrevuela el relato. Juntos forman un triángulo al que le pasaron cosas muy profundas, que los marcaron, y del que no pueden hablar con facilidad. Es tan profundo lo que les pasó internamente, tan movilizador, que si se lo ponen a hablar lo vuelven boludo, lo vacían de sentido. Un amor cuenta una historia muy humana.

–Una historia que tuvo que esperar tres décadas para cerrarse y comprenderse.

D. P.: –Lo interesante es que después de treinta años, la historia vivida termina aclarándose más con actitudes que con palabras. No se dice lo que pasó, pero se deja entrever por la relación que se da en esa noche de reencuentro.

–¿Estos personajes vivieron su vida, si no anclados en aquel verano, al menos con la herida abierta de un vínculo intenso que nunca supieron entender?

D. P.: –Cada uno de los personajes pudo desarrollarse profesional y afectivamente. Con sus matices, ellos siguieron con sus vidas, pero todos vivieron con esa marca oscura de su adolescencia. No es que ese mojón les haya impedido realizarse, pero aquella historia, linda y extraña, parece haber estado siempre presente. No la olvidaron, como que siempre volvía.

L. Z.: –La ficción de Un amor, de una manera condensada y muy bien narrada, intercalando los dos tiempos del relato, pone en presente esa relación imposible de definir. Tengo la sensación de que los espectadores pueden vivenciar eso que les pasa a los personajes, esa incertidumbre que quedó marcada en el alma de cada uno.

D. P.: –Hay un recuerdo en la adolescencia que tiene con la primera vez que una mujer se fijó en vos como hombre, o viceversa en el caso de ser mujer. Y eso no te lo olvidás más, independientemente del desarrollo que haya surgido de esa relación, particular en cada caso. En la película, Lisa, Lalo y Bruno se hacen amigos cuando la piedra está en bruto, a punto de florecer. Entonces, cuando se encuentran treinta años después, más allá de las capas de la vida que se fueron agregando, la piedra en bruto sigue presente. Me pasa cuando me encuentro con los amigos del colegio: hay códigos, lenguajes y roles que resisten el paso del tiempo. Si el espectador puede barrenar en la historia que cuenta la película, Un amor se vuelve una experiencia muy agradable, que transporta al espectador a vivencias propias.

L. Z.: –Es inevitable el nivel de identificación que brinda la película con lo que a uno le pasó en otros tiempos o con aquello que no le ocurrió pero pudo haber pasado. Ese despertar, sueño o pesadilla que uno pudo haber vivido en su adolescencia, en el reencuentro con sus compañeros de ruta de entonces, se vuelven a reactivar los códigos con los que en algún momento se inició. Además, yo tengo la hipótesis de que una vez adultos uno se ancla en una edad que no es la biológica, vaya a saber por qué. En mi caso, siento que hoy tengo 16 años. Hay gente que tendrá 8 años aunque tengan 50 pirulos, otros que tendrán 25 años a los 45... Creo que una parte del ser humano se ha fijado en un momento determinado de su vida. Y creo que estos tres personajes quedaron atados a una adolescencia marcada por un hecho confuso.

–¿Consideran que Un amor es una película melancólica?

D. P.: –El núcleo melancólico está encapsulado en el personaje de Lalo, más que en el de Bruno. Probablemente porque él fue el único que está en la cuna en la que transcurrió esa relación, que siguió viviendo en Victoria. El paso del tiempo es melancólico en sí mismo. Pero no es una película con una fuerte carga melancólica.

L. Z.: –La película tiene rasgos melancólicos, pero que no logran alcanzar una densidad paralizante. Hay una densidad que trasunta el paso del tiempo, pero que tiene que ver con saber qué fue lo que pasó, más con creer que aquello podría haber sido maravilloso y no lo fue.

–Si en Herencia los sentimientos de los personajes no se dejaban expresar y en Lluvia lo que sentían los personajes se exponían más abiertamente, Un amor parece ser una síntesis de las anteriores películas dirigidas por Paula Hernández. ¿Concuerdan con esa mirada?

L. Z.: –La película es emocional, pero sin estar enfatizado ese registro. Creo que lo que está muy bien trabajado en Un amor es la relación entre el relato y el río. De alguna manera, la naturaleza orillera del paisaje de Victoria se impone y se entrelaza con un relato que es colorido, calmo y muy íntimo. El paisaje contiene esos sentimientos, que poco a poco van saliendo, pero sin mucha intensidad. Las emociones surgen a través de señales calmas, o de decisiones que toman los personajes, no de estallidos ni gritos ni brotes físicos. Es una película emocional que no enfatiza y eso la vuelve maravillosa.

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