La ronda de mate parece eterna en la casona de San Telmo. Lito y Juan están relajados y en ciertos tramos la charla se va de madre. Les da por contar anécdotas de notas. Dicen que una vez una notera de TV confundió a Lito con Juan y que otra vez, la confusión fue mayor. “En el ’90, no me cae Mariquita Gallegos al estudio y dice `¿podemos hacer notas por separado‘?, y accedimos”, dice Juan. “Era para un programa de TV de Jujuy. Le hace la nota a él y cuando llega a mí me dice: ‘¿Podés sentarte en la consola y hacer como si estuvieras mezclando?’. Entra y dice ‘lo sorprendemos trabajando’, empieza la nota y como a los diez minutos me pregunta ‘¿Qué tal tu relación con Mercedes Sosa?’. Bien, le contesto, es una artista del carajo, yo qué sé, y sigue hasta que escucho algo increíble: ‘¿en qué te inspiraste para escribir ‘Sólo le pido a Dios’? ¡Estuvo hablando 20 minutos con otra persona!”. Las carcajadas duran cinco minutos y dos mates cada uno. Al tercero, el foco cae en los hijos: Julián y Luciano. El primero –Baglietto– toca batería y a veces se anima a cantar; el segundo –Vitale– toca ronroco y percusión y tiene una banda de música experimental latinoamericana. Vitale acusa otro recibo: “Para no-sotros es un lujo tenerlos en la banda, nos conocemos desde antes de tenerlos, pero también es un tema: Luciano está a full con su grupos y nos cuesta que venga a las giras, tiene su proyecto, que está muy lejos de lo que hacemos nosotros”.

–No parece distante en “Dios y el diablo en el taller”. Es el tema que muestra lo mejor de la banda, más allá de ustedes dos. Una versión bien distinta a la original.

J. B.: –A medida que transcurren los años uno se pone más sintético. El arreglo original es muy intrincado y ahora se fue alisando. Tiene sus vueltas, pero está más amable y potente y, claro, los pibes aportan.