CINE › OPINIóN
› Por Santiago Mitre *
La experiencia de El estudiante es atípica. La película, que cuatro meses después de su estreno sigue en cartel en el Malba, se financió sin apoyo estatal, corporativo o internacional. La inversión –unos 40 mil dólares– equivale a más o menos el 10 por ciento del costo medio de una película “industrial”. El estudiante demuestra que se puede filmar por esa plata. Algo se pierde: el acceso a los subsidios. En esa cifra no incluimos el trabajo del equipo técnico y del elenco, que cobraron sumas bien lejanas de lo que dictan las nóminas de los sindicatos. Tampoco estamos incluyendo el espacio y equipamiento que nos dio la productora de Pablo Trapero, lo que aportaron la Universidad del Cine, El Pampero Cine y Wanka en la posproducción, los espacios que nos prestó la Facultad de Ciencias Sociales, los extras amigos, los que prestaron locaciones y las decenas de personas que colaboraron. ¿Por qué filmamos así? Porque era la única manera en que podíamos. Pero filmar con bajo presupuesto no siempre es una resignación, sino también una respuesta ante las dificultades que enfrentamos los nuevos cineastas a la hora de encarar nuestros proyectos.
Todos ellos –elenco, equipo técnico y productoras que aportaron equipamiento– son socios de la película. Son de algún modo coproductores y con ellos se reparten todos los ingresos. Con los veintitrés mil espectadores que la película “metió” hasta ahora en la Argentina, los premios en festivales, los probables estrenos en Francia, España, México y tal vez algún otro territorio, y la posibilidad de alguna venta para televisión e Internet, El estudiante estará por sobre su punto de equilibrio. Todos los que nos ayudaron recibirán algo más de dinero, pero ni aun así éste llegará a lo que las nóminas de los sindicatos indican.
Cualquier financista diría que para el esfuerzo invertido y los dos años de trabajo, el margen de ganancia es nulo. ¿No se puede hacer un cine rentable sin subsidios? No. ¿Para qué filmamos, entonces? Para poder seguir filmando. En mejores condiciones, con mayor frecuencia, y para que se amplíen las posibilidades de todos los que queremos hacer cine. Es insoslayable mencionar los problemas de exhibición, que no sufrimos sólo los independientes, sino casi todos los productores. Hay muchas preguntas que deberíamos hacernos. ¿Sirven las cuatro pasadas diarias para todas las películas? ¿Ayuda a alguien que la continuidad deba definirse en las primeras semanas? ¿Es necesario que las películas se exhiban todos los días? ¿No deberían flexibilizarse las nóminas de los sindicatos para películas terminadas en video? ¿Se va a apoyar también a los espacios independientes? ¿Se va a aceptar que no todo el cine debe tener ambiciones de gran público? Mientras se debaten (o no) estas cuestiones, nuestro lugar, el de los jóvenes, no es el de la paciente espera de mejores condiciones y posibilidades, sino el de seguir encontrando la manera de que nuestras películas existan. La experiencia de El estudiante nos alienta en este camino.
* Director de El estudiante
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