Viernes, 10 de febrero de 2012 | Hoy
MUSICA › OPINIóN
Por Daniel Goldman *
Me acuerdo como si fuese hoy. Y, si no fue así, que me disculpen los astros y espíritus. Habiendo vuelto al país en el año ’92 me fui a vivir a un departamento en el barrio de Colegiales. Usaba el pelo y la barba largos. Sin confundirse por mi aparente aspecto de músico, el portero de casa interceptó mi andar por el pasillo y me comentó que seguramente me habré mudado al edificio porque el cantante de rock que vivía al lado me consiguió el departamento. Le aclaré que mi “rubro” era otro, pero cuando le pregunté qué cantante vivía al lado, me dijo: Spinoza. Me reí imaginándome que el colindante era el filósofo Baruj Spinoza. Ojalá yo hubiese sido colega del pensador holandés. Pero hete aquí que grande fue mi emoción cuando semanas después descubrí que el que vivía del otro lado de la pared no era Spinoza, sino ni más ni menos que el flaco Spinetta. No se imaginan lo que significaba decirles a mis amigos y congregantes que yo era el vecino de Spinetta. Pasado un tiempo lo encontré en la puerta del edificio y, casi con temor reverencial, me acerqué a expresarle que yo vivía del otro lado de la medianera. Entonces el Flaco me contestó: ¿Y se escucha cuando nos cagamos a puteadas? Genial.
Eso me habilitó a que de manera lúdica, cada tanto yo pegara un grito durante la cena familiar y saliéramos corriendo con mis hijas, chiquitas, y les dijera: ¡peguen la oreja a la pared! Spinetta está cantando. No se escuchaba absolutamente nada, pero ellas se imaginaban a Almendra completo interpretando en un volumen muy bajo “Muchacha ojos de papel”. Con el tiempo, este juego se transformó en un ritual de todos los viernes a la noche. Y las melodías variaban. Hasta que “Ana no duerme”, “Plegaria para un niño dormido” y “Fina ropa blanca” se transformaron en el cancionero infantil y en el repertorio musical de antes de dormir.
Otra anécdota: En el año 1994, después del atentado a la AMIA, habíamos recibido en casa una serie de amenazas telefónicas. Una tarde, me llamó mi esposa, alarmada, diciéndome que había un Renault 12 rojo con dos personas en su interior, estacionado todo el día en la puerta de casa, y que resultaba absolutamente sospechoso e intimidante. Nos contactamos con la policía del barrio creyéndonos en peligro. Inmediatamente se hicieron presentes con un móvil en el lugar (policía dixit). Resultó ser una guardia periodística de una amarilla revista queriendo escrachar al Flaco. Como puede comprobarse, este modus operandi ya venía de hace mucho con él. Anoche, cuando me enteré de que se había muerto, me apoyé en esa misma pared, repetí el ritual y pude escucharlo cantar muy suavemente. No lo consulté con el consorcio, pero simplemente, Flaco, éste es un sincero homenaje de todos aquellos que siempre vamos a sentirnos orgullosos de haber sido alguna vez tus vecinos.
* Rabino.
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