CINE › OPINION
› Por Martín Jaime*
Aparentemente olvidada, casi desapercibida. Alejada de los reclamos cotidianos, Caseros es el fuego silencioso que nos abarcó, aun para los que no lo veíamos así. Ese y no otro fue mi caso. Tal vez mentí cuando expresé –confiando en debilidades no asumidas– que Ella, la impensable, me afectaba y mucho. Siempre fui de la idea que un dolor contado podía impactar directamente, el próximo día de aquellos compañeros que –definitivamente– se quitarían la vida. Una vida mía, la de mis hermanos, los del ahogado dolor; los del “vamos para adelante”. De ellos aprendí. Nos hombreamos entre todos y les ganamos siempre.
No fuimos “víctimas” de ningún régimen. Presos políticos al fin: soldados de una revolución que aún duele en las puertas mismas del asombro. No será, igualmente, una derrota. Me quedan sus recuerdos, sus palabras, sus enseñanzas. Yo los quiero como a la vida misma. Les debo hasta lo que no llegué a ser. (A los vivos y a los que ya han partido.)
Quedarán las imágenes dolientes, el derrotero por las cárceles, el dolor silencioso de los “monos” (pertenencias para traslados) sobre sus espaldas, “los chanchos” (celdas de reclusión), los castigos, las carreras no corridas ... –de todas maneras– no habrá derrota posible.
Seguiremos en el presente hasta las lágrimas. Voy a aprender a llorar. Debo hacerlo por mí y por los que se nos fueron. Combatientes de la libertad, no víctimas. Desde mí, de soldado a soldado: Caseros sigue allí. Muerta desde lejos, casi... casi sin darse cuenta.
* Ex preso político.
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