Sábado, 6 de mayo de 2006 | Hoy
TEATRO
- Darío Luchetta, actor y director: Uno puede asociar con facilidad a Alejandra con uno de sus grandes personajes: Madre Coraje tirando de un carro inmenso, entre la guerra y la locura. ¿Qué llevaba la Boero en su carro? Amor por el teatro y una fe obstinada en ver una sociedad mejor, un país más justo, donde las buenas armas de la cultura derrotasen al triste Cambalache que describió Discepolín. Y no aflojó nunca en su pelea. Desde el escenario, el aula y en cuanta movida se generase en defensa del teatro y de la cultura nacional. Con fe militante, hasta el último aliento nos instigó, nos urgió a darle sentido ético a la condición de teatrista. Por eso no queremos confinarla a ser sólo un recuerdo, una especie de prócer teatral, sino a tratar de hacer lo que nos pedía con tanta insistencia: a seguir tirando del carro. Y porque le porfiaba hasta a la muerte, nos fue tratando de decir cómo tirar: en su último espectáculo como actriz decía un poema de su amado León Felipe que reza: “He venido y estoy aquí, me iré y volveré mil veces en el viento, para crear mi gloria con mi llanto”. Otro ejemplo que la pinta: cuando quería decirle algo a alguien, por una diferencia (y no solía callárselas, sea quien fuere), arrancaba diciendo: “Quiero morir de claridad”, y ahí largaba el rollo. Ale murió de claridad. De una claridad que permite ver a quien quiera que es posible hacer las cosas de acuerdo con las convicciones, que vale la pena vivir y morir sin transar.
- Ricardo Halac, dramaturgo: Yo tengo una historia muy extraña y muy hermosa con Alejandra Boero. Tenía 17 años cuando la vi en Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht. Hasta entonces había borroneado algunas escenas teatrales; esa noche, mirándola actuar y escuchándola cantar, se decidió mi vocación. Me pegó tan fuerte que a la semana fui a aprender alemán al Instituto Goethe, que más tarde me otorgaría una beca para estudiar en Alemania. Por supuesto, fui al Berlín de Brecht. La historia no termina ahí sino que recién comienza. En 1992, el Teatro San Martín decide hacer Mil años, un día, tal vez la más brechtiana de mis obras, y surge el nombre de Alejandra para dirigirla. Para mí fue el cierre de una parábola: la persona que había decidido mi vocación, ahora dirigía una obra mía. Durante unos ocho meses compartimos momentos muy intensos, que comenzaron con trabajos sobre mi pieza y concluyeron con el estreno, uno de los más importantes de mi historia, donde gracias a su puesta no sólo llené durante varios meses la sala mayor del San Martín sino que obtuve valiosos reconocimientos. Entonces ella tenía algo más de setenta años. Dirigía su sala Andamio 90, daba clases de interpretación, era activo miembro del MATe y por supuesto manejaba los 50 actores de mi puesta. Pero igual tenía tiempo para tomar un café, donde con su voz cálida y su proverbial sencillez me daba cátedra sobre la vida.
- Raúl Rizzo, actor: Es uno de los iconos fundamentales de lo que fue el movimiento de teatro independiente, sin ninguna duda. Fue fundadora de teatros y de movimientos de teatro. Eso lo hizo hasta los últimos días de su vida. De hecho, Andamio 90 fue el último emprendimiento de ella. Hay una larga fila de teatros y de grupos que ella fue gestando, generando y consolidando. Por su obra y por lo que dejó, el teatro le debe muchísimo a Alejandra, porque ella se nutrió de eso y le entregó todo y le dio su vida. Con el devenir difícil que significa estar dedicado y pelear todo el tiempo por una actividad tan inestable como el teatro. En lo personal, fue mi primera maestra de teatro. Además, no sólo mi primera maestra de teatro con la que me vinculé a los conceptos sino a una ética, a una mirada de la vida y del teatro a través de ella, a conocer lo que era el teatro independiente. Como maestra –al igual que cualquier persona– tenía sus días más alegres, más lúcidos, y otros no tantos. Pero lo que más me importó a mí fue la mirada del teatro, la ética que ella planteaba, lo que ella entendía que tenía ser el teatro. Era un animal de teatro básicamente. No sólo de teatro. Ella peleó por leyes que ampararon y protegieron al teatro como la que hoy existe, que es la Ley Nacional de Teatro, el Proteatro, entre otros.
- Eduardo Rovner, dramaturgo: Probablemente yo me dediqué al teatro por verla a ella en el teatro independiente haciendo Sopa de pollo, Raíces, las obras de Arnold Wesker que ella hacía en el Teatro de La Máscara. Recuerdo haberla visto cuando todavía no me dedicaba al teatro y me produjo un entusiasmo tan grande... Esto unido a otras cosas porque, como siempre, la vida es muy compleja. Nunca una sola cosa es la razón de algo. Pero yo diría que tuvo una influencia importantísima no sólo para que yo me dedicase al teatro sino para después mantener una conducta. Porque es muy, muy difícil en un medio como el teatral, artístico, donde las vanidades son bastante importantes, mantener una conducta tan firme y clara como mantuvo Alejandra Boero. Esto me hace recordar una frase de Leónidas Barletta, que es hermosa: “Lo importante es la alegría de crear, lo demás son ínfulas”. Y realmente Alejandra no tenía ínfulas, tenía alegría de crear. Como más me impresionó fue como actriz. Cada tanto la historia nos da personajes que nos recuerdan que la vida no pasa por la frivolidad, la superficialidad, el zapping, sino que pasa por la profundidad, por la conducta. La vida que estamos viviendo es muy compleja. Por lo tanto, hay representantes de ambas partes siempre. Alejandra es una clara representante de lo que sería el teatro de arte, de un teatro comprometido, un teatro que quiere un mundo mejor, sin injusticias y que haya más libertad. No un teatro de entretenimiento.
- Duilio Marzio, actor: Desaparece un puntal inteligente y combativo del teatro nacional. Significó el trabajo diario, desinteresado, desde lo más humilde que se puede pensar el teatro. Siempre tuvo presente la calidad de lo que se hacía y los objetivos también eran ésos: todo por el teatro y del teatro. Hay una cosa muy interesante: una de las personas admiradoras de ella (mirándola desde el teatro), el arquitecto Francisco García Vázquez (que fue presidente de la Sociedad de Arquitectos), cuando murió, dejó una gran cantidad de dólares para parte de la fundación del teatro Andamio 90. Andamio 90 demostró que de abajo se puede hacer mucho cuando hay una pasión. “Dame un alma apasionada y moveré el mundo.” En todos los actos era por y a favor del teatro, y también por la pureza del teatro. Cuando fui presidente de Actores, he tenido la ocasión de apreciar mucho su labor social. Como directora era enérgica y sabía lo que quería. En la vida se necesita que cada uno sepa lo que quiere. Ella sabía lo que quería como directora y lo explicaba claramente.
- Graciela Dufau, actriz: Fue una mujer que siempre tuvo muy claro del lado en el que debía trabajar y batallar. Como ella decía, le interesaba el relleno de la empanada y no lo de afuera. Conmigo fue sumamente generosa. Me acuerdo de que, el año pasado, una de las pocas salidas que hizo fue para ver nuestro espectáculo. Y esperemos seguir su legado porque es uno de los grandes ejemplos que tenemos que mirar en nuestro país entre el siglo pasado y éste. Todo el mundo sabe que fue una actriz y una directora maravillosas. Pero íntimamente era una mujer que se ocupaba mucho de señalarle a una persona que no debía bajar los brazos, se ocupaba de unir a la gente, que los prejuicios no nos separaran. Fue una gran luchadora. Egoístamente a uno le entristece, pero creo que hay que celebrar su vida. Lo otro es un egoísmo porque se va un testigo de cosas nuestras, una persona que nos enseñaba permanentemente. Pero hay que celebrar la vida que tuvo e imitarla por todo lo que hizo, y con la ética y la coherencia que tuvo.
- Osvaldo Pellettieri, director e investigador: El teatro argentino tiene en su trayectoria figuras imprescindibles para trazar su historia. Una de las más características fue Alejandra Boero. Notable actriz, luchadora inquebrantable, profunda y sutil directora de escena fue, sobre todo, una conductora impenitente de proyectos pero, fundamentalmente, de concreciones de esos proyectos. Fundó varios teatros, algunos de ellos siguen en pie, como Andamio 90, desafiando el paso del tiempo y los avatares de la vida socio-política del país. Numerosos discípulos la siguieron y otros más jóvenes continuarán su derrotero basado en la jerarquía y la honestidad artística y humana. Tuve la satisfacción de conocerla y de que me honrara con su amistad. Preparábamos su libro de memorias, lo cual me permitió admirar su talento de actriz y directora y su tenacidad en la escena independiente y la profesional. Una faceta fundamental fue su optimismo social y su desprecio por “la sociedad del espectáculo”; su fe en el sentido de la historia y su pasión por concretar sus utopías. Nos ha dejado cuando más la necesitábamos como ejemplo y paradigma creador, pero nos queda el recuerdo de alguien que sabía que “aunque a la deriva, debemos seguir luchando”. Tal vez ése sea su legado más importante: la conciencia de la necesidad de luchar por la cultura y el teatro aún en las circunstancias más adversas.
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