OPINION
› Por Juan Carlos Cosentino*
Freud no era un autor que escribiera para el cajón de su escritorio. Escribía para publicar. Ponía mucho cuidado en que sus obras estuviesen al alcance del público en las librerías, pero sus estadios previos le interesaban poco. Apenas tenía en sus manos el texto impreso, se deshacía de los manuscritos. Recién a partir de 1914 se acostumbró a guardar sus manuscritos sólo porque alguien le había advertido que, algún día, podrían por cierto representar algún dinero para sus nietos.
Las hojas escritas a mano conservadas, con su trama de líneas simétricas, son de una belleza poco frecuente. Pero, casi sin excepción, se trata de las copias en limpio, es decir, de su posterior versión definitiva. No obstante, existen pocos textos manuscritos de los que conservó también los borradores: Más allá del principio de placer, El yo y el ello y partes de Moisés, el hombre, y la religión monoteísta. Coincide, desde 1920, con un significativo momento de cambio tanto en su teoría como en su clínica.
La información sobre la existencia de estos textos, hasta ahora inéditos, nos llegó a través de la analista alemana Ilse Grubrich-Simitis, quien por primera vez investigó los documentos guardados de Freud. Hemos comenzado a trabajar con los manuscritos de El yo y el ello. Se trata de una tarea ardua, pues hace falta establecer primero el texto en alemán. Agréguese, además, que Freud escribía en alemán antiguo. Bien, en el borrador que guardó del capítulo II se refiere, de una forma que no está dicho en ningún otro lado, a las fases de la formación de un sueño. Aunque luego decidió no publicarlo. Señalemos: en los sueños que soñamos predominan las imágenes visuales, a diferencia de las otras formaciones del inconsciente: lapsus, olvidos, actos fallidos, chistes, síntomas. Así, al reparar en que los medios de representación del sueño son principalmente imágenes visuales, y no palabras, ya a Freud en 1913 le parecía mucho más adecuado comparar al sueño con una escritura en imágenes que con una lengua.
En dicho capítulo II del borrador de El yo y el ello distingue dos fases en el trabajo del sueño, aunque luego no lo incluyó en el texto publicado. “En la primera el trabajo del sueño transforma material del pensamiento en imágenes (la llamada fase óptica o visual), en la segunda fase intenta convertirlo en lenguaje, aunque dicha conversión aún está bajo el dominio de las imágenes.”
¿Por qué el dominio de las imágenes? El texto del sueño se presenta como una escritura en imágenes, como la antigua escritura jeroglífica egipcia. Los signos-imágenes del texto del sueño no valen por ellos mismos. Como en las escrituras no alfabéticas, toman su valor de la relación entre unos signos-imágenes y otros. Así, se ilumina el interrogante que deja el capitulo II publicado: Freud habla de los restos ópticos o visuales, los ubica más cerca de los procesos inconscientes que el pensar en palabras, pero no los conecta ni con estas dos fases del trabajo del sueño ni con las antiguas escrituras en imágenes.
Tal como lo anticipa en El chiste y su relación con el inconsciente: “En la época en que el pequeño niño aprende a manejar el tesoro de palabras de su lengua materna, le trae una manifiesta satisfacción experimentar jugando con ese material, y entrama las palabras sin atenerse a la condición del sentido. Ese goce le es prohibido poco a poco, hasta que al fin sólo le restan como permitidas las conexiones provistas de sentido entre las palabras. Opino que el niño se vale del juego para sustraerse de la presión de la razón crítica”. Con el cambio que Freud introduce a partir de 1920 se redefine el inconsciente y se cierra la brecha entre los restos ópticos y auditivos. Vía sueño, en ciertos momentos privilegiados de un análisis se produce la activación de los residuos de lo visto y de lo oído, es decir, de los excedentes traumáticos del tesoro de palabras, para cada cual, de su lengua materna (Muttersprache).
* Psicoanalista y profesor de la Facultad de Psicología de la UBA.
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