Tener hace 22 años una feria dedicada a los libros dirigidos a niños y jóvenes es sin duda una de las razones por las que la ciudad de Buenos Aires, sus habitantes, podemos sentir orgullo. Sostenida durante los días de vacaciones de invierno, la feria se ofrece como una alternativa divertida, alegre, donde libros y vacaciones no se presentan como opuestos sino, muy por el contrario, una sola y misma cosa. Esa unión se construye, pues ser lector o ser no lector depende de las oportunidades de encuentro placentero que hemos tenido en nuestra vida –no solo, pero en gran medida– con este objeto llamado libro. La diversión que ofrece la feria – dicen algunos– se halla demasiado alejada de los libros que son su centro vital. A simple vista, puede parecer que del bochinche que recorre sus pasillos no puede salir una invitación a uno de los actos más silenciosos y reconcentrados que se haya inventado. Sin embargo, la unión libros-feria, es decir libros-desorden-bullicio-fiesta-comidas-plaza pública, es tan vieja como los primeros libros impresos en papel. Cuentan los historiadores que fue en las ruidosas ferias de las plazas públicas donde los primeros editores-impresores-libreros salieron a buscar, entre verduras y chanchos chillando, a su público; que el escritor francés Rabelais (1494-1553), por citar un solo ejemplo, ajustaba el ritmo de su escritura a las fechas claves de la feria de Lyon, donde, incluso, se radicó. También nosotros, ¿últimos editores de libros impresos?, llevamos a ellas nuestras mercancías con ganas de mostrar y vender. Pequeño editor, la editorial que hemos fundado hace 10 años, se ha reunido junto a Iamiqué, Arte a babor, Libros del Zorro Rojo y Ediciones Del Eclipse para montar el stand colectivo de libros para atesorar. Allí los esperamos, confiando en que las palabras y las ilustraciones sabrán captar a pequeños lectores y grandes curiosos generando esa intimidad que sólo los buenos libros pueden lograr.

* Editora.