Mié 18.07.2012
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CINE › LA SAGA DE UN SATIRISTA “CRUDO Y VULGAR”

Contra toda corrección política

› Por Horacio Bernades

Nacido en Londres en 1971, Sacha Noam Baron Cohen es un satirista. Y lo que hace un satirista es ridiculizar todo lo ridiculizable de este mundo. Baron Cohen se consagró en la televisión británica a comienzos de la década pasada con Da Ali G Show, donde desarrolló los personajes de Ali G, Borat Sagdiyev y Brüno, que luego pasarían al cine, uno por uno. Baron Cohen no es la clase de humorista que despliega personajes como el mago saca conejos de la galera, sino de los que se concentran en unos pocos. En su caso, cuatro, si a aquéllos se les suma el general Aladino, presidente in aeternum del país norafricano de Wadiya y protagonista de El dictador. Creadas y escritas por él mismo, las criaturas paridas por este graduado de la Universidad de Cambridge son como concentrados de algunos de los peores (o más idiotas) males de este mundo. Blancos sobre los cuales disparar. Nada demasiado distinto de lo que hacen otros satiristas contemporáneos como Ben Stiller, Will Ferrell, Larry David y Matt Groening, que en sus series y películas apuntan, como él, sobre diversas formas de la falsedad, la hipocresía, la estupidez o el consenso. En otras palabras, sobre el más medroso y autosatisfecho pietismo de clase media, ese que da en llamarse corrección política. ¿Debemos respetar a rajatabla a nuestros hermanos afroamericanos en todo lo que digan o hagan? Ahí va Baron Cohen y crea a Ali G, rapper blanco que quisiera ser negro: un remedo, un simulacro, una versión degradada. Tal como lo es la propia corrección política, en relación con la verdadera política.

¿Pobre gente, la de las ex repúblicas soviéticas, sometidas durante décadas al abrazo de oso del Kremlin? Pobres pero brutos, dice Baron Cohen en la figura de Borat, kazajo antisemita, jurásico y homofóbico. ¿Todos los gays son buenos por el solo hecho de ser gays? Vean a Brüno, loca austríaca, racista, jodida y, también, antisemita (rasgo compartido por todos los monstruos baroncohenianos, lo cual confirma su condición de humorista judío). Sí, es verdad, el caso del General Aladino es distinto. No porque se trate de un fan del pueblo elegido (como otros gobernantes árabes, el tipo quiere hacer desaparecer a Israel de la faz de la Tierra), sino porque ridiculizar a un dictador musulmán no es algo políticamente muy incorrecto, sino más bien lo contrario. Aun así, y siempre ayudado por Larry Charles (uno de los creadores de Seinfeld y director de Borat, Brüno y ahora El dictador), Baron Cohen se las arregla para hacer de su película un hecho “obsceno, desagradable, escatológico, crudo y vulgar”, que es como la describió Roger Ebert, el crítico más popular de los Estados Unidos. Desde John Waters hasta los hermanos Farrelly, todas ésas son también armas de la incorrección política, en tanto ofenden esa entelequia llamada “buen gusto”, encarnación estética de la corrección.

¡Ah! Baron Cohen se dio el gusto de que El dictador fuera cortada, prohibida y retirada de los cines. Es cierto que eso ocurrió sólo en países como Bielorrusia, Tajikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y, claro, Kazajistán, donde el creador de Borat es algo así como el enemigo público Nº 1. Países donde, aunque la corrección política prefiera negarlo, “el sentido del humor fue sometido a un bypass”. Que es lo que el propio Baron Cohen afirmó recientemente sobre los ejecutivos de la BBC.

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