Exponencialmente más famosa que la combinación de cabeza rapada y barba candado inmortalizada en el rostro de Edward Norton en la película American History X, el combo de Gustavo Cordera ha quedado sellado en la historia del rock argentino como los rulos y ojos claros de Gustavo Cerati, la calva con lentes oscuros de Carlos Solari o la barriga de Billy Bond. Cordera comenzó a usarlo en 1988, tras regresar del Carnaval de Río de Janeiro con una revelación. Cambió la agencia de autos familiar y sus estudios en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora por la casa propia. Permaneció trasnochado y conoció a Juan Subirá, Carlos Martín y Pepe Céspedes, junto a los que un par de años más tarde armaría Bersuit Vergarabat. Durante las dos décadas completas, la del ’90 y la del 2000, la Bersuit publicó nueve discos de estudio y uno en vivo que desató la locura (De la cabeza). Llenaron River. Recorrieron América latina y Europa. Cordera creció en la consideración de nuevas generaciones de fanáticos del rock argentino y se elevó al panteón de los compositores cuando la Argentina se derrumbaba. El final de Bersuit fue una suerte de que se vayan todos: cada uno emprendió su propio camino. Como el Estado argentino, la Bersuit siguió allí. Eventualmente vacía, ocasionalmente reunida, actualmente saludable. Cordera publicó Suelto y luego se rodeó de músicos ascendentes del under conurbano (El Chávez, Juanito el Cantor, Licina Picón) y algunos vecinos músicos de La Paloma, en Uruguay, donde lleva viviendo más de un lustro. Formaron La Caravana Mágica, publicaron un disco en 2010 y un flamante Volumen 2. En ese rato, Cordera se desnudó y la jugó de pervertido en el escenario, acarició y peinó vicios varios y rimbombantes, y sólo se corrió de ellos. Lo importante es que musicalizó cuatro épocas: el menemismo, la crisis y la posterior flotación del país y, en el último tiempo, ésta era de mestizaje de rock y música popular.