TEATRO › OPINION
› Por Arturo Bonin *
Un viejo sueño de un grupo que conformábamos con Luis Rossini, Raquel Albeniz y mi mujer Susana Cart era llevar a escena una obra de Ibsen. El es el padre del teatro moderno y siempre nos subyugó la posibilidad de hacer una pieza suya, cualquiera fuere. Rossini tenía una predilección por Juan Gabriel Borkman, por este personaje que se pasaba años caminando en una habitación, intentando construir un imperio. Se nos ocurrió hacer una suerte de obra de cámara, una síntesis de la obra, en la que se trabajara fundamentalmente la relación del personaje con las dos mujeres –su esposa y su cuñada– y su hijo: una relación enfermiza. Contado así, a grandes rasgos, es un culebrón. Habla de la pasión por conseguir algo; de la lucha contra la desmesura de la naturaleza; de la locura del personaje que intenta construir un imperio. Es una gran metáfora del poder. El personaje busca el poder sin darse cuenta de que lo que quiere lo encontraría más fácilmente mirando más cerca de él, en las pequeñas cosas, en lo familiar y cotidiano. Ibsen habla de la desmesura que a veces habita en el hombre, estudia lo humano, por lo que su obra no pierde vigencia. Es un dramaturgo que resiste relecturas. Su obra es maravillosa; él habló de la mujer y el rol que ésta ocupa en la sociedad mucho antes de que nadie lo hiciera. Con sólo leer Los pilares de la sociedad uno sabe que está ante un grande.
* Actor
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