LITERATURA
En la lectura de la poesía reunida se puede rastrear una genealogía afectiva. De Vida de living a Tango bar, más allá del desplazamiento espacial, perdura la presencia de Enrique Pezzoni. Un libro está dedicado a él y en uno de los poemas de Tango bar se lo interpela o convoca. ¿Qué significó Pezzoni para usted?
–Pezzoni fue mi gran padrino literario, él publicó Los no. Cuando tuve la cararrotez de llevarle el libro a Sudamericana, no lo conocía ni me conocía nadie. Había sacado De este lado del Mediterráneo con ediciones Noe –de Alberto Alba–, que publicó El frasquito, de Luis Gusmán, y Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini. Pero se conocían en el barrio esos libros, por la avenida Corrientes, porque Luis Gusmán trabajaba en la librería Martín Fierro y los ponía. Noe era una editorial muy chiquita que no tenía gran circulación. Pezzoni no había leído ese libro. Pero me animé a llevarle el original de Los no, en 1976. Al mes lo llamé y me dijo: “Sí, sí, me gustó, te lo vamos a publicar”. Casi me caí desmayada. “Pero sabés qué –me dijo–: no me llames por un año. Si vos me creés que dentro de un año lo publico, okey. Si no, lleváselo a otro.” Yo lo esperé, obviamente. Al año lo llamé y me dijo que salía. Y salió en 1977. Y ahí empezamos a vernos con Enrique y a tener una gran amistad. Después fue el editor de mis otros libros y fue el primero que escribió sobre mí. Enrique fue un maestro total. Por eso aparece en mis poemas. Y seguramente va a seguir apareciendo.
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