CINE › CELEBRATION DAY, DE LED ZEPPELIN
Es probable que las palabras no sirvan para graficar con justicia lo que significa ver Celebration Day en el cine. Se podrá hablar de grandes canciones, de virtuosismo y de intensidad, pero aun así no alcanzaría. Tampoco será lo mismo ver el mismo concierto en DVD (que se editará el 19 de noviembre), aunque quizá sirva como premio consuelo. Led Zeppelin es –en este caso no sirve utilizar el tiempo pasado– no sólo una de las más grandes e influyentes bandas de rock de todos los tiempos, sino también una de esas pocas en la que el todo es más que la suma de sus individualidades, y la pantalla grande no hace más que engrandecer cada una de esas virtudes indecibles. No sirve contarlo, hay que sentirlo. Y ya falta poco: se exhibirá el jueves 8, el viernes 9 y el sábado 10.
Lo de Celebration Day es literal: un festejo sin solemnidades ni nostalgias. La fórmula simple de voz, guitarra, batería y bajo/teclado entra en combustión cuando los cuatro se juntan en el centro del escenario, sin importar que queden cuarenta metros de cada lado por recorrer, como si estuvieran tocando el blues más climático o su riff más pesado en una sala de ensayos. La banda no está en el cine, claro, pero las ganas de aplaudir sí, porque Zeppelin atrapa, aun con una pantalla en el medio. ¿Se puede permanecer inerte ante tales demostraciones de generoso virtuosismo como son “Kashmir” o “In My Time Of Dying”? Jason Bonham, hijo del gran Bonzo, hace justicia con el legado de su padre, el baterista original, aunque sea más técnico y menos visceral. John Paul Jones y su groove único –tanto en el bajo como en los teclados– generan admiración, y enseñan las distintas maneras que hay de ser la base de una banda. Robert Plant exhibe su postura única y una voz que no necesita bajar ni medio tono de las grabaciones originales, aunque sí una reinterpretación. Y Jimmy Page es ese hombre que hace que tocar la guitarra parezca algo fácil, ya sea estirando una sola cuerda o moviendo los dedos a lo largo del diapasón: su virtuosismo es su buen gusto.
Se nota, porque es evidente y porque cada gesto y cada sonrisa de los músicos así lo demuestran, que son sólo cuatro tipos que se tomaron veintisiete años para volver a juntarse arriba de un escenario. Nada falta, nada sobra. Las dos horas de show y las 16 canciones –las que todos esperan, sin sorpresas– golpean y demuelen con una energía que va más allá de lo musical. Para cualquier banda puede resultar más o menos fácil transmitir su fuerza con un sonido aplastante y a pura velocidad, pero en Zeppelin esa intensidad es evidente incluso en canciones como “No Quarter” o “Since I’ve Been Loving You”, donde lo que manda no es la distorsión y el ataque, sino la interpretación y el clima. Habrá tres días para comprobarlo.
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