Miércoles, 7 de noviembre de 2012 | Hoy
CULTURA › OPINIóN
Por David Blaustein *
No puedo recordar dónde vi Crónica de un niño solo ni El Romance del Aniceto y la Francisca. Imagino que habrá sido la Lugones o el Auditorio Kraft de la calle Florida. Para mi recuerdo ni el Lorraine ni el Arte de la calle Corrientes pasaban películas argentinas.
Sí me acuerdo de la fiesta del ’73. Qué borrachera. El 24 de mayo a la noche, jueves de estreno, Juan Moreira en el Cine Atlantic de Olivos –mi barrio–. La platea aullando con esa mezcla del teatro y el circo criollo y la formidable capacidad de Favio de relatar la vida de los sectores populares. Esa noche se iniciaría un romance con el cine de Leonardo que nunca jamás se interrumpiría. Así de simple, sin explicaciones.
Y a la mañana siguiente marchar a Plaza de Mayo a la asunción del Tío Cámpora. Me recuerdo en el colectivo repleto de compañeros, silbando la música de Moreira. Que un mes después se convertiría en himno en la marcha a Ezeiza. “Las bolas del general son tesoro nacional...” “... Las bolas de Bidegain son tesoro provincial...” coreaban las huestes de la JP. Y una estrofa más de cuyo nombre no quiero acordarme. Me encontraría en la Ricchieri con la voz de Favio pidiendo a la gente que se bajara de los árboles. Y este diálogo también lo llevaría en mis oídos.
El trámite más desagradable en México era la renovación de la visa migratoria cada seis meses en la esquina de Avenida Reforma y Bucarelli. Un edificio vidriado y frío nos recibía, en un trámite que sólo la carta solidaria del profesor Rodolfo Puiggrós hacía más llevadero.
Y a la salida ahí estaba. Con dos muletas enormes que le dificultaban el desplazamiento. Se había quebrado las dos piernas. Dudé un rato largo en acercarme. Creo que la palabra cholulo aún no se había inventado. Pero la admiración pudo más y lo saludé. “Qué hacés nene, así que sos argentino...”, me dijo. Se rió cuando le dije que estudiaba cine. Como si no fuera un oficio para aprender en la universidad. Pero logré que me diera su teléfono. Una pequeña polémica se desató entre los pocos cineastas que habían recogido la solidaridad mexicana. Entre los que aún pensaban a Favio responsable de Ezeiza y los que preferían recordar al cineasta. Tardé tanto tiempo en tener mi propia opinión que cuando me decidí llamar a Leonardo ya estaba en cantando en Colombia. Así es la vida con los que dudan.
Da pudor decirlo, pero hay argenmex que pueden atestiguar: en muchas fiestas de salsa y cumbia su música iniciaba los lentos, y una enorme tristeza por la lejanía.
Tiempo después comprobaría en Chile y en España, en Cuba y en México que Favio era un enorme cantante popular y un desconocido cineasta. El tiempo reparó esta injusticia. Pero no del todo.
Me maldije la noche de un sábado en que el Atlas Santa Fe aclamó de pie Gatica. Eso tenía el cine del Maestro. Imposible quedarse quieto. “Cómo ruge la Leonera, General”, en boca de Edgardo Nieva se incorporaría al lenguaje coloquial argentino. Y otra vez esa magia inexplicable para hacer vibrar, para narrar.
Mucho tiempo después, una tarde sonó el teléfono en el Museo del Cine y una secretaria me dijo que me llamaba Leonardo Favio. Nunca más la frase “es un honor saludarlo, compañero” sonaría tan precisa. Leonardo quería saber si teníamos en buen estado el afiche de El Romance del Aniceto y la Francisca. Qué bueno serle útil. Qué grande que la preservación del patrimonio por parte del Estado sirviera para ayudar a un colega cuyo yiro por el mundo le había impedido conservar sus materiales.
Alguna vez presentados formalmente, le recordé nuestro encuentro en México. Me dio la sensación de que no quería recordar esos años. Como si no la hubiera pasado bien.
Sí tengo muy presente mi pelea, televisión de por medio, cuando por Crónica TV vi Perón. Sinfonía de un sentimiento. Era una pelea a los gritos. Porque admiraba su arte y no coincidía con algunas definiciones. Pero por ejemplo las animaciones, la reconstrucción de las plazas o la visita de Eva a España eran piezas únicas.
Y mi último alarido cuando Pablo Rovito nos mandó mucho tiempo después el trailer de la nueva versión de Aniceto. “Volvió el loco, volvió el loco”, puse en el reenvío. Y como un adolescente me puse a contar los días que faltaban para el estreno.
La magia reapareció desde ese “fitito” que aparece en el primer minuto. Y duró toda la noche. Esa es la sensación. Que Aniceto duró toda la noche. Un talento inexplicable. Una conmoción difícil de transmitir. Porque Favio retrata tan bien los sectores populares.
Mi amiga Graciela me escribe, con infinita ternura. “Murió Favio, qué lindo se está poniendo arriba.” Y le respondo: “Qué bella manera de ver la vida. Pero acá abajo la tristeza es infinita”.
* Cineasta.
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