ENTREVISTA CON ERNESTO ALTERIO
Ernesto Alterio, hijo de Héctor, tiene rasgos muy parecidos a los de su padre y una historia personal que roza, en algunos vértices importantes, la trama de Vientos de agua. Ernesto es un actor muy conocido y valorado en España, donde creció. En la miniserie, además de encarnar al personaje de su padre en su juventud, se está dando a conocer en la Argentina. Habla con completo acento español, con voz templada y amable, y por la línea telefónica se percibe, en ínfimos silencios o pausas, que cada respuesta sale de su mente y de su sensibilidad. “¿Cuántos capítulos habéis visto ya? ¿Dos? Veréis que se pone cada vez mejor”, es lo primero que dice.
–Naciste en Argentina, pero te fuiste muy pequeño.
–Sí, con cuatro años, en el ’74, con mi familia nos vinimos a vivir a España. Por motivos políticos. A mi papá lo amenazaba la Triple A, él justo estaba en el Festival de San Sebastián y nos mandó a buscar.
–A pesar de que la miniserie no toma como tema el exilio por motivos políticos, me imagino que hacer ese papel debe haber resonado en alguna parte de tu historia. El cruce del Atlántico.
–Por supuesto que la historia tuvo infinitas resonancias en mí, por mi historia. Pero yo creo que el exilio de mi personaje es en cierta medida un exilio político. En la otra parte de la historia, el hijo se exilia por motivos económicos, pero la salida de España de su padre yo creo que es política. Escapa de la pobreza y la persecución.
–Bueno, el exilio económico también es en cierta forma político: las medidas económicas que llevaron a ese derrumbe fueron políticas.
–Ya. Es cierto. Y algo lindo que tiene la serie es esto mismo que acaba de pasar en este diálogo: se empiezan a relacionar muchas cosas que uno tiene naturalizadas, la historia muestra esos dos movimientos de exilio en paralelo y permite asociar, ampliar la percepción sobre este tema.
–Es que la manera en que Vientos de agua muestra la salida de aquellas generaciones de españoles es fuerte, es muy potente, y da la casualidad de que se trata de nuestros abuelos o bisabuelos...
–Para mí ha sido algo muy rico y muy hermoso hacer este trabajo, por la posibilidad de que ha dado de profundizar en este tema de que estamos hablando, el nacimiento de lo argentino.
–¿Habías trabajado alguna vez con Campanella?
–No, fue la primera vez.
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Increíble. Me invitó a un viaje maravilloso. Es muy maestro. Es un gran puestista. Y coordina muy bien la puesta con la cámara. Tiene mucho oficio. Tiene un oficio exquisito. Y se rodea de buenos profesionales.
–Cada una de las historias tiene un tratamiento y hasta una luz distinta. La que te tiene por protagonista, la de ese joven asturiano que ante la muerte del hermano sale de España casi sin haberlo imaginado, es sin duda la más impactante para los argentinos, la que más hechiza, incluso por el subtitulado.
–¿Se subtituló? Claro, porque el personaje habla en un dialecto.
–Tu personaje está en un permanente estado de zozobra, de asombro.
–Bueno, pero es que todavía allí han pasado pocos capítulos. Eso lo conversamos con Juan Campanella, hacer un personaje lo más cerrado posibe, para hacer luego más jugosa su transformación. Cerrado en el sentido en que es un español que no sabe leer ni escribir, un hombre que nunca ha salido de su pueblo, su vida hasta entonces transcurre en su casa y en una mina de carbón. Un hombre que casi no ha visto el sol. El tenía su vida, mal o bien, organizada. El que se quería ir era el hermano, que muere en la mina. Entonces, para que se pueda leer mejor el periplo que hace ese hombre, decidimos darle ese carácter inicial, eso que tú dices, ese asombro. Su hermano le había contagiado su pasión por ese viaje que él estaba planeando, pero este hombre no sabe ni dónde queda ni qué es la Argentina. “Queda allá, a dos horizontes”, le había dicho su hermano. “Mira, tú ves este horizonte aquí, después viene otro más, y allí está la Argentina.” De modo que estáis viendo ahora, en los primeros capítulos, a un hombre que está viajando hacia un lugar del que ignora completamente todo. Eso era atractivo para actuarlo. Ni siquiera sabía hablar bien español.
–Y en ese barco comienza a cruzarse con la Babel que sería la Argentina. Porque él no sabía qué era este país, pero este país ya no sería lo mismo después de que él y otros miles como él llegaran...
–En ese barco... Dios mío. Ahí se tienen que entender esos seres tan distintos. Polacos, alemanes, franceses... y en el medio él, tan solo.
–Es notable la relación que establece con Juliusz, el personaje que hace Pablo Rago.
–Hablan, pero no se entienden en un comienzo. Y es fabuloso empezar a contar una amistad como ésa, ya verás, desde el momento en que no se conocen y no se entienden. Mi personaje ni siquiera sabe qué son los judíos, cuando lo conoce a Juliusz le parece extraño que alguien sea judío. Y además de judío es una persona con unos valores extraordinarios.
–Con tu padre sí habías trabajado.
–Bueno, habíamos hecho algo pequeño en Tango Feroz, y el año pasado hicimos una película. Y no trabajé con él, es como si fueran dos películas paralelas. Pero yo soy él cuando joven. Y eso sí que es extraño.
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