MUSICA › LA HISTORIA DE UNA óPERA
La historia de Carmen es, en alguna medida, la de Francia. Hay en ambas, en todo caso, la misma cuota de fascinación –y de miedo– por el Otro. Donde otros países coloniales buscaron el simple exterminio, Francia se sintió siempre más tentada por una posesión vampírica, que implicara la comprensión del mundo dominado. Y una y otra vez sus artistas encontraron, más allá de sus fronteras, el pasaporte para escapar de las omnipresentes sombras estéticas de sus vecinos italianos y alemanes. El papel de la cigarrera gitana, en la novela que Prosper Merimée escribió en 1845, no es muy diferente que el que cumpliría 80 años después Josephine Baker, a partir de su debut parisiense, el 2 de octubre de 1925, con el espectáculo La Revue Nègre.
La España mitificada, y en particular el sur, con su mezcla arábigo-gitana, significaba, para un escritor francés, ni más ni menos que el permiso para aquello que en el orden cartesiano no podía tener lugar. “Trata sobre aquel valentón de Málaga que había matado a su querida, que se debía exclusivamente a su ‘público’. Como yo había estudiado a los gitanos durante un tiempo, he convertido a mi heroína en gitana”, escribió Merimée a María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo, que aparentemente le había contado la historia original durante un viaje del escritor a España. Filólogo y primer traductor del ruso al francés, Merimée era, en su gusto por lo exótico, un perfecto francés.
Georges Bizet (foto) recibió el encargo por parte de la Opéra comique, y lo que debía componer era precisamente una obra en ese género, que alternaba escenas musicales con diálogos (como luego lo haría su heredera, la comedia musical). El teatro propuso como libretistas a Henri Meilhac y Ludovic Halévy, quienes ya habían trabajado juntos en los guiones de las operetas más importantes de Jacques Offenbach, La bella Helena y La vida parisina, entre otras. La idea de adaptar la novela de Merimée fue de Bizet y ellos introdujeron, entre otras variantes menores, el personaje de Micaela, como contracara de Carmen, y acentuaron la importancia del torero Escamillo. En rigor, en su argumento también aparecen el norte y el sur como símbolo de la oposición entre razón y deseo. Don José, al igual que su novia buena (y que el mensaje de su madre enferma), llegan de Navarra. Y su perdición no podría ser más extrema: de Navarra a Andalucía, de la promesa de matrimonio al adulterio y del ejército a las filas contrabandistas. Pero, claro, también, al sexo en estado puro y con una intensidad que su vida pueblerina difícilmente le habría permitido imaginar.
La respuesta del público fue apenas tibia y el argumento despertó polémicas considerables. Al estreno, el 3 de marzo de 1875, apenas siguieron 36 de las 48 funciones pactadas, y con la sala siempre medio vacía. La ópera no volvió a subir a escena en ese país hasta 1883. Curiosamente, esta vez Francia no había estado preparada para lo Otro. O, por lo menos, no en esas dosis. El éxito comenzaría en Viena y Bruselas, después explotaría en Alemania y recién entonces se replicaría en Francia. Carmen acabaría convirtiéndose no sólo en un suceso resonante sino, incluso, en una de las óperas más populares (y amadas) de todo el repertorio. Bizet no llegaría a saberlo. Con la obra apenas estrenada, murió repentinamente el 3 de junio, a los 36 años. Era su aniversario de casamiento y curiosamente –o no– la noticia de su muerte incrementó el público –y su entusiasmo– durante algunas funciones.
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