CULTURA › OPINIóN
› Por Vicente Battista
Si tuviéramos que utilizar un término jurídico, muy en boga en estos días, podría decir que he sido un partícipe necesario de la Feria del Libro. Anduve por sus calles desde los tiempos en que se realizaba en el predio municipal de la avenida Alcorta. Recuerdo los tres largos y anchos pasillos, con los stands de exhibición por sus bordes, el primer piso con más stands y dos confiterías, el inconfundible aroma de los chorizos asándose para los futuros sandwichs y el porfiado batifondo de los trenes y de los aviones que se empeñaban en aparecer, precisamente en el momento en que el conferenciante pronunciaba esa palabra clave que le daba sentido a la conferencia.
La feria entonces era más pequeña, más familiar. Ahora ese espacio quedó destinado a la Feria Infantil; desde hace unos años la de los adultos se realiza en la Sociedad Rural. Parafraseando a Serrat, podría decir que entre esa entidad y yo hay algo personal. No obstante, me adapté a la mudanza y seguí recorriendo las calles, más amplias y mejor iluminadas, de la nueva feria. Ahora, en su 39ª versión, me toca inaugurarla.
Suele decirse que un texto comienza a ser a partir de su lectura, claro que para que esa lectura se lleve a cabo previamente es preciso contar con un texto ya producido: el lector necesita del escritor con el mismo énfasis que el escritor necesita del lector. Son dos piezas esenciales que hacen eje en una tercera, igualmente insoslayable: el libro. Lector, escritor, libro, se convierten en un trío peligroso en tiempos de dictaduras.
El 29 de abril de 1976, un mes después de que la Junta Militar usurpara el poder, el general Luciano Benjamín Menéndez declaró: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta el intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”, y ordenó la primera quema colectiva.
El 30 de agosto de 1980 en un potrero de Sarandí las llamas devoraron un millón y medio de libros y fascículos publicados por el Centro Editor de América Latina. Las dictaduras queman libros, las democracias alientan su lectura: el gobierno nacional acaba de anunciar la compra de trece millones de libros nuevos para que sean distribuidos en todas las escuelas públicas del país.
En un reciente reportaje, Gabriela Adamo, directora ejecutiva de la feria, sostuvo que “la idea que primó es que en la inauguración se hablara desde el lugar profesional del escritor, de sus reivindicaciones y su lugar en la sociedad”. El libro, la importancia del lector y la reivindicación del escritor serán los tres ingredientes con los que pienso articular mis palabras de apertura.
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