En el silencio absoluto tronó la voz estremecedora: “¡Hágase la luz!”. En la infinita vastedad del espacio, las partículas de oscuridad percibieron una vibración y se miraron entre sí, azoradas. En aquel entonces no existía la palabra luz, ni la palabra hágase, ni siquiera el concepto de palabra. Y la noche perduró conmovida.
“¡Hágase la luz!”, volvió a ordenar la voz, ya más perentoria, sin resultado alguno.
Entonces, en la opacidad reinante, Aquel de las palabras recién estrenadas hubo de concentrar su esencia hasta producir algo como un protuberante punto condensado que al ser oprimido hizo clic. Y cundió la claridad como un destello. Y se pudo oír la queja de ese Alguien:
–¡Ufa! –exclamó–. ¡Tengo que hacerlo todo Yo!
* Microrrelato inédito de Luisa Valenzuela.
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