A los jugadores les corresponde un respeto reverencial: ni los cronistas cómicos de ShowMatch les dirigen la prepotencia de la jodita. El famoso se esfuerza en performances imposibles para ganar espacio en las producciones de fotos; el jugador se limita a la verbalidad monosilábica y la gesticulación contenida. El famoso es sospechado de perder el tiempo y remarca su faceta de negocios; el jugador es el héroe que redime a cualquier vago. “Es muy lógico que los famosos emigren en masa al Mundial porque es un fenómeno de farandulización del nacionalismo. El Mundial es un gran negocio ajeno a lo nacional. Y la misma gente a la que le parece perfecto que se paralice el país cuando juega Argentina protesta cuando un tipo se le cruza con un carrito lleno de cartón. Los famosos frívolos están donde tienen que estar”, opina Mónica López Ocón. En el par de opuestos, el jugador es depositario de la admiración del hincha y la indiferencia del detractor de mundiales. Pero el famoso no pasa inadvertido. “En el caso de Susana –sigue Ocón–, me parece una cosa bárbara que salga a gritar enloquecida por Argentina y, a la vez, se haya comprado un auto para lisiados, oculto para no pagar impuestos. ¿Pagar los impuestos no significa engrandecer la Nación? Es un espectáculo obsceno, como la xenofobia de María Laura Santillán, que dice: qué suerte, cómo sufrieron los brasileños. Lo dice porque está institucionalizado.”
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