Durante su educación en la década del ’80 fueron fundamentales los docentes cubanos. ¿Qué aprendió de ellos? ¿Qué le dejaron?

–No sé a los otros estudiantes de Angola qué les pasó, porque algunos ahora están tontos y locos con el dinero y me parece que no les quedó nada. Los cubanos no hacían un trabajo ideológico de “tortura psicológica”, como la gente se imagina. “¿Los maestros cubanos te hacían ser comunista?”, me suelen preguntar. “No, no seas tonto, no era eso lo que pasaba”. Teníamos una relación pedagógica, pero también éramos amigos. Ibamos a sus casas por la tarde y hablábamos de sus convicciones. Más que comunistas, pienso que eran socialistas, en el sentido más universal de la palabra, siempre preocupados por el otro. Eso es lo que me quedó. Esas enseñanzas de los maestros cubanos se encontraban con la filosofía de vida de mis padres, también de izquierda. Eran abiertos, discutíamos las cosas. Y esto fue muy importante para mí. Tengo un inmenso respeto por mis maestros cubanos. Vinieron a Angola a cumplir una misión, pero lo importante es cómo lo hicieron mientras estuvieron con nosotros. Y ellos lo hacían con una dedicación y una entrega absolutas. Me tocaron maestros cubanos muy buenos que han tenido mucha influencia en lo que yo soy hoy, aunque no sé cuánto es familiar o cuánto de ellos. No tengo vergüenza de decir que para mí lo colectivo está primero. La distribución es una prioridad. Lo que me preocupa de Angola, más que la corrupción que pasa en todos los lugares, es la distribución: cómo hacemos nosotros la distribución de las cosas que tenemos. Como me importa la distribución en España, en Italia, en Francia. Hay corrupción en Italia, claro. Hay corrupción en España también. La corrupción no es exclusivamente africana, eso es obvio, ¿no?