En una de las historias de su libro, la mujer seducida es una argentina, y en un momento se subraya la cuestión de la gran cultura que tienen los argentinos. ¿Es un cliché o realmente los ve de esa manera?

–Viví siete años en Venezuela, seis en el Perú y cinco en Estados Unidos. Y puedo decir, no ya como boliviano, sino como latinoamericano un poquito agringado, que no es un cliché, que la Argentina es un pueblo culto. El taxista argentino maneja una paleta de conocimientos, de repente aislados, pero los maneja. Por eso no es raro que de este universo haya nacido un Borges, un Cortázar, un Aira, porque son la expresión de una colectividad culta. El desempeño de los argentinos en el exterior es muy alto; se trata de un pueblo de gran personalidad, que incluso muchas veces llega a ser excesivo, pero ese exceso corresponde a una salud, la enfermedad siempre se refiere a una salud. Se trata de un pueblo que en su figuración puede parecer atropellador y soberbio, pero en su normalidad le vale sitios destacados. La Guggenheim acaba de entregar 35 becas y 17 son para argentinos. Sé que en nuestra cultura nos placemos con la autodenigración, eso es muy español, como decía Rosa Montero: “Español, tenías que ser”, pero es una frase que la escuchas, cambiando el nombre del país, en Argentina, en Perú. Ahora, que nadie hable mal de ti en el exterior, porque el hereje has dejado de ser tú y ahora es el otro que viene a acosarte y ahí te transformas y levantas la celeste y blanca y no importa de qué grupo o ideología política seas. No en vano tienen un Borges que avergüenza al Premio Nobel, es una vergüenza que él no haya sido elegido. A Borges no lo disminuye, el tamaño de Borges es intocable. En cambio, al premio sí lo disminuyó; después de la no nominación de Borges, los Nobel se volvieron políticamente correctos.