- La excusa de ver el original por encima: André Gide trabajaba para la editorial francesa Gallimard cuando rechazó nada menos que Por el camino de Swann, el primer tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Para que esta novela se publicara, Proust tuvo que costearse una edición, que apareció publicada en 1913 por Bernard Grasset. El éxito de ventas del libro hizo que años después la misma editorial que lo había rechazado, Gallimard, comprara los derechos de la obra. Gide se justificó afirmando que había visto el original sólo por encima.
- La odisea de una traición: Manuel Puig fue finalista en 1965 del Concurso Biblioteca Breve con La traición de Rita Hayworth, su primera novela. Mario Vargas Llosa amenazó con dejar el jurado si ganaba “ese argentino que escribe como Corín Tellado”. En 1967, la novela fue a parar a manos de uno de los más prestigiosos editores de Hispanoamérica: Francisco Porrúa, director de Sudamericana. Porrúa decidió editarla, pero enfrentaba otro tipo de problemas: era la época de Onganía y la censura estaba a la orden del día. Si un libro era cuestionado, se podía encarcelar a los responsables: el autor, el editor, el librero y el imprentero. Según contó Puig, un corrector puntilloso le advirtió a su patrón que podría ir preso si publicaba ese libro tan obsceno. Resultado: Sudamericana tampoco lo editó. En 1968, por fin, lo publicó Jorge Alvarez. Pocos meses más tarde apareció la traducción francesa que editó Gallimard.
- Muy larga: Cuando el alemán Thomas Mann le llevó al famoso editor Fisher Los Buddenbrook para que se la publicara, Fisher le exigió que la redujera a la mitad. Después de muchas peripecias, el libro fue publicado por el editor. Y fue tal el éxito de esta novela, que Fisher tuvo que comprar un camión, el primero de la editorial, para atender los pedidos.
- Un buen maquillaje: Los libros de la argentina Martha Lynch eran mejorados por su editor, Enrique Pezzoni, sobre todo por lo desordenada que decían que era la escritora.
- Del caos a la perfección: Según se dice en los pasillos, el original de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, era el producto de un hombre que estaba la mayor parte del día en estado de ebriedad. El trabajo de edición de Juan José Arreola permitió que el libro se publicara con un grado de perfección casi ofensivo.
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