Mié 23.10.2013
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CINE › LA VERSIóN DEFINITIVA DE UN CLáSICO, RECUPERADA EN BUENOS AIRES

Visionaria y genial

¿Es esta Metrópolis mejor que la que ya se conocía como una obra maestra? Es bastante distinta, porque el montaje es más lineal y, por lo tanto, su historia se hace más transparente.

› Por Luciano Monteagudo

¿Qué decir de la genial Metrópolis de Fritz Lang después de tantas versiones y tantas idas y vueltas? Los expertos alemanes, encabezados por Enno Patalas, ya habían desistido de conseguir alguna vez llegar a los 150 minutos que duró el estreno el 13 de marzo de 1927, en el lujoso Zoo Palast de Berlín (que milagrosamente volverá a abrir sus puertas durante la próxima Berlinale). Tanto es así, que hacia 2001 ya habían producido y distribuido –en copias en 35mm y comercialización entonces en DVD– la que se consideraba como la versión más completa y definitiva. Hasta el 2008... Resulta que en Buenos Aires, depositada en el Museo del Cine de la Ciudad, como parte de la donación que un coleccionista privado le había hecho hacía décadas al Fondo Nacional de las Artes, dormía una versión idéntica a la original, que había llegado al país apenas un año después de su estreno en Berlín, directamente de Alemania, y que no había sufrido los cortes y alteraciones que le propinó la Paramount cuando asumió la distribución internacional.

Enterada del descubrimiento porteño –a cargo del historiador Fernando Martín Peña y de Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine de Buenos Aires–, la Fundación Murnau, propietaria de los derechos del film, se puso a toda marcha a restaurar el material inédito para llegar a tiempo a la fiesta de cumpleaños número 60 del Festival de Berlín, en febrero 2010. El trabajo contrarreloj estuvo a cargo del especialista Martin Körber y el resultado fue ciertamente sorprendente, por la cantidad de material que salió a la luz y del que apenas se tenían noticias por los documentos del rodaje. Es fácil además reconocer cuáles son las escenas que faltaban, porque su estado de conservación (rayas, falta de definición, encuadre más pequeño) corresponde a la vieja copia 16mm porteña, que contrasta con las prístinas imágenes que salieron de los negativos alemanes. Esta es la versión –la misma que se reestrenó a cielo abierto, bajo la nieve, con la Puerta de Brandeburgo como gigantesca pantalla, tres años y medio atrás en Berlín– que se verá hoy miércoles en el Teatro Colón, con música de Martín Matalón (ver nota central).

Ahora bien, ¿es esta Metrópolis mejor que la que ya se conocía como una obra maestra? En principio, es bastante distinta, porque el montaje ahora es mucho más lineal y fluido y, por lo tanto, su historia se hace más transparente. Paradójicamente, esta virtud conlleva también un defecto: aquello que siempre se consideró el punto débil de la película, la trama urdida por la guionista Thea Von Harbou (por entonces la mujer de Lang) queda más expuesta que nunca en su costado más ingenuo, melodramático y banal. Ahora se confirma que el origen del conflicto entre el plutócrata Johann Fredersen y el siniestro inventor Rotwang, que pone al borde del colapso a la ciudad de Metrópolis, tenía un origen sentimental: ambos habían disputado el amor de la misma mujer.

Tronchada esta arista para aligerar sustancialmente el metraje, las razones de los personajes siempre quedaron oscuras, pero le dieron al film una cualidad casi abstracta. A falta de un argumento más coherente, lo que había atravesado hasta ahora la prueba del tiempo era el genio visual de Lang, capaz de concebir todo un mundo nuevo a partir de su imaginación y la de sus colaboradores, como el fotógrafo Karl Freund y los escenógrafos Otto Hunte, Erich Kettelhut y Karl Vollbrecht.

Esa concepción sigue siendo genial y anticipatoria, como lo prueba hoy la llamada Nueva Berlín, donde la cúpula vidriada del Sony Center (debajo de la cual se levanta el Filmmuseum que atesora los bocetos y maquetas originales de Metrópolis) parece escapada de la película. Y a tal punto, que no cuesta demasiado conjeturar todavía en las catacumbas de la ciudad a una legión de Untermenschen, hombres con la cerviz inclinada, como los describía Lotte Eisner, y que hoy vendrían a ser la clase prestadora de servicios. El abrazo entre el capital y el trabajo que proponía la película (“las manos y el cerebro necesitan un mediador: el corazón”, en las untuosas palabras de Von Harbou) en todo caso parece haberse concretado.

Los cinéfilos, sin embargo, sabrán valorar de esta nueva Metrópolis por lo menos dos grandes hallazgos. El primero es la exhumación de un gran villano, El Hombre Delgado (“Der Schmale”, encarnado por Fritz Rasp), gigante de aspecto amenazador, esbirro del dueño y creador de Metrópolis, que podría pertenecer por derecho propio al siniestro universo del Doctor Mabuse, también imaginado por Lang. En las versiones anteriores, apenas si parecía un mayordomo y ahora cobra toda su maligna dimensión. El segundo hallazgo es la enorme cantidad de planos que se suman al momento de la inundación de la ciudad. Allí, la infinidad de tomas de niños desesperados elevando los brazos en pos de una improbable salvación (¿habrá sido demasiado para la sensibilidad de los montajistas de la Paramount?) le aportan al gran final de la película una intensidad inédita.

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