TELEVISION › DE “SOL NEGRO” A “MONTECRISTO” Y “SOS MI VIDA”
› Por J. G.
La locura televisiva tuvo su exponente más evidente, en 2005, con “Locas de amor”, en sintonía con la propuesta de La Colifata: los locos, afuera. Las nuevas imágenes de la psicosis se apartaron del manicomio que había mostrado “Sol negro” (con todos los locos de la comicidad, Urdapilleta, Capusotto, Peña) encerrados en un hospital trillado, con peor suerte en el rating y la crítica que las multipremiadas Julieta Díaz, Leticia Brédice y Soledad Villamil, amparadas por Adrián Suar e integradas al mundo de los seres comunes. Si “El living de Stellita” es una ruptura con una tradición muy transitada (por primera vez llega una conductora atípica a la no ficción, un cuerpo y una voz extrañados) tanto el pasado inmediato como el presente dan prueba del magnetismo que tienen “los modos de vivir no convencionales” en tiras y unitarios: fórmula fija para atraer al espectador. Stellita introduce un cuerpo y un discurso complejos, alejados del melodrama de las “Locas de amor” o del relato cruento y pasional de las “Mujeres asesinas”.
La locura televisiva hoy llega de la mano de Dolores Pueyrredón, a cargo de Thelma Biral en la tira “Se dice amor” de los mediodías de Telefé: una escultora con delirios de Lola Mora que dice cosas como: “Artísticamente me llaman Lola, o simplemente la Mora”. Su discurso, que rompe la declamación habitual de galanes y heroínas con el tono del delirio, la poesía o la mística, entregada a relaciones endogámicas con hombres de una misma familia, enredando lo dicho con un palabrerío artie: “Yo vengo del olvido, pero con usted puedo llegar al escándalo”, impactante por su inadecuación a la tira, haciendo que todos los personajes graviten en torno de su divague y ganándose, de ese modo, las tapas de diarios y revistas.
Tan eficaz para ganar público y calentar una historia es Leticia, la loca a cargo de María Onetto en “Montecristo” (Telefé, de lunes a viernes a las 22.30), que rechaza la crudeza de su realidad familiar (ser esposa del médico apropiador durante la dictadura) con una negación que no evitará una posterior militancia a las órdenes de la cruzada de Rita Cortese, exiliada del mundo en las afueras, cegada, alelada después de tanto alcohol. Sus matices nunca la harán verse como una sacada, sino como una niña adulta que, para salvarse, decidió dejar de crecer. Florencia, de “El tiempo no para”, se corre de la actitud esperable, del modus normal, pero sumando un rasgo frecuente que la tele atribuye a la locura: la generación de daño. El desorbitado está en el mundo sin vida propia, dedicado a cruzar cartas delatoras para complicar la vida de parejas felices, esperando la tragedia ajena para disfrutar. Otra menos revulsiva, inofensiva a pesar de encarnarse en la villana, es la loca simpaticona de “Sos mi vida”, la rubia que interpreta Carla Peterson y oscila entre la extravagante en el vestir y el habla y la representación de la bebota, tal vez por aquello tan mentado de que el loco va junto con el niño en acciones como jugar sin distancia con el objeto, no mentir, balbucear.
En el paisaje de los cuerpos y rostros por fuera de una cierta normalidad, la novedad de Stella Cros es: “Muchas dimensiones en un solo cuadro, muchos idiomas a la vez”, según dice Alfredo Olivera, fundador de La Colifata. “Si esto paraliza a quien está del otro lado y lo captura en el morbo, hay un riesgo. Vamos atenuando esa contundencia para dejar que ingresen otras líneas posibles de sentido. Si no captura en una cosa obscena al televidente, podemos empezar a trabajar. Pide creatividad en el rol que cada uno ocupa. A Stellita la vemos en cada semáforo. Su living era la calle y ahora tiene un sentido de pertenencia enorme.” Para Alfredo Moffat, psicólogo, “La Colifata indica que pueden decir cosas que no dice la gente normal. Porque otros están calculando qué ganan con lo que dicen. Stellita se parece a Diógenes, que podía denunciar que el emperador está desnudo. El que no veía la tela maravillosa era bastardo. Uno que era bastardo dijo: está en bolas. Ahora Stellita tiene una identidad, una tarea. El bufón del rey servía para avisarle las cagadas que hacía; a otro lo echaban”.
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