Alan Pauls piensa la playa como una manera bastante milagrosa de organización. “Me impresiona el tipo de orden democrático y que sea un lugar muy civilizado donde no hay autoridades”, señala el autor de El pasado. “Es un espacio que está entre el Estado y el mercado, no hay Estado ni hay mercado, y sin embargo la gente se organiza bien, se respeta, se toleran las diferencias. En la playa todo está permitido y al mismo tiempo nadie quiere transgredir nada”, plantea el escritor. “Por eso me parece tan ridícula la pretensión de Moria Casán de inventar playas transgresoras, porque la transgresión es lo anti-playa por excelencia, justamente porque al ser un lugar libre, la idea de transgresión no tiene ninguna relevancia, no hay nada que transgredir en la playa. Es el único espacio público donde la gente está casi desnuda sin que eso sea una provocación. Y el hecho de que nadie se mosquee no es indiferencia sino una especie de pluralidad de conductas donde ninguna puede herir o imponerse sobre otra.”

–¿La playa inaugura una nueva forma de utopía?

–Sí, incluso política. Esa manera de autoorganizarse podría ser perfectamente una lección política. La gente en la playa no necesita que le vengan a decir lo que tiene que hacer o cómo comportarse. Esa dinámica que se produce en la playa es muy ejemplar cuando estamos pensando en formas de organización que respeten las libertades individuales y los deseos, pero a la vez que representen intereses con una cierta eficacia política. Hay dilemas y disyuntivas que se nos plantean a los ciudadanos en la ciudad, que en la playa se resuelven con una naturalidad muy asombrosa, sin que haya demasiados conciliábulos. Seguramente esto tiene mucho que ver con que la playa es un espacio excepcional.