CINE › CELINA MURGA FILMó SU CUARTA PELíCULA CON MARTIN SCORSESE COMO PRODUCTOR EJECUTIVO
En La tercera orilla, la cineasta decidió trabajar con un personaje masculino un poco más grande que los de sus films anteriores, para abordar “ese umbral en el cual ya un joven puede empezar a tener responsabilidades o accionar por sí mismo”, según explica.
› Por Oscar Ranzani
Todavía resuena en la memoria de Celina Murga la gran recepción que tuvo su cuarto largometraje, La tercera orilla, en la Competencia Oficial de la 64ª Berlinale, celebrada a comienzos del mes pasado. “Fue muy inesperado lo que pasó. Lo digo porque hubo mucha unanimidad positiva en relación con la película. Y también muchos aplausos en las funciones, incluso en la de prensa, en las que yo no estuve pero me lo comentaron”, señala la cineasta, quien ahora tiene otro desafío: el film se estrena hoy en la Argentina. Murga trabajó el guión con el asesoramiento del gran realizador italoamericano Martin Scorsese, gracias a una beca que ganó en el concurso Iniciativa Artística Rolex para Mentores & Discípulos, patrocinado por la firma relojera suiza. Y producto del buen entendimiento que tuvo con el director de Taxi driver, éste decidió apoyar la película y ser el productor ejecutivo de La tercera orilla.
La idea del film surgió a partir de dos elementos: por un lado, Murga quería trabajar con un personaje masculino que fuera un poco más grande respecto de las edades que la cineasta suele elegir para los protagonistas. “Quería que estuviera más en ese umbral en el cual ya un joven puede empezar a tener responsabilidades o accionar por sí mismo. Antes, los chicos con los que había trabajado eran de 15 para abajo”, cuenta Murga. Junto a la experimentada coach María Laura Berch, la cineasta eligió a Alián Devetac, graduado de la carrera de Psicología que nunca había estado frente a una cámara, pero dueño de una mirada tan penetrante como profunda, un signo ideal para el personaje que tenía que construir. Por otro lado, Murga escuchó varias historias tanto en su provincia natal, Entre Ríos, como también en Buenos Aires, sobre personas que tienen doble vida. “No era gente que yo conocía directamente sino relatos ‘sobre’; es decir, cosas que no sé si eran ciento por ciento ciertas”, aclara la realizadora.
Sea como fuere, Murga ideó la historia de Jorge (Daniel Veronese), un influyente médico que tiene una doble vida. Con su amante (o mejor dicho, “la otra”), Nilda (Gaby Ferrero), tuvo tres hijos a quienes no reconoce socialmente. Sin embargo, en el mayor, Nicolás (Devetac), deposita todas sus ambiciones: que aprenda el trabajo de administrar los campos que Jorge tiene y que siga su misma carrera profesional. Pero Nicolás se debate entre el miedo y el odio a su padre, sobre todo porque ve lo infeliz que es su madre al lado de este ser insensible y egoísta.
–¿Es una película hecha por una mujer pero con el punto de vista masculino?
–Sí, ésa fue una decisión muy deliberada. Significaba un desafío para mí, como poder salirme de un mundo que quizás me resultaba más familiar y más conocido y poder meterme en el interior de un joven. En ese sentido, de diferentes maneras, tanto Gabriel Medina (el coguionista y director de Los paranoicos y La araña vampiro) como Scorsese, con su mirada sobre el guión, aportaron a ese mundo. Me parece que hay algo de la condición humana que nos atraviesa a todos y siento que el personaje toca esa fibra. Lo interesante de que sea un hombre y no una mujer es que hay todo un relato sobre lo que se le pide o se le exige a un hombre, y sobre lo que se piensa que un hombre debe ser y hacer. Y eso es parte de la historia. Si el personaje hubiera sido femenino, esto no podría desarrollarse tanto. Jorge, el padre, no pondría las expectativas o las proyecciones que pone sobre Nicolás si, en vez de Nicolás, fuera una mujer. Entonces, me resultaba necesario que fuera un hombre.
–En ese sentido, ¿establece una crítica a la sociedad tradicional machista?
–Sí, eso está y afuera se veía mucho. No sé cuánto se verá acá, pero en el exterior hacían hincapié y era lo que más atraía de la película. Quizá porque también hay una necesidad de enmarcarla en una cuestión social. En los largometrajes extranjeros eso pasa bastante. Básicamente, La tercera orilla tiene como capas de una cebolla: está Nicolás, el vínculo con su padre, la familia pequeña de Nicolás y está la sociedad. Entre todas estas capas se van tejiendo vínculos que están muy atravesados por esa mirada social que es machista y que también es muy determinista. Los roles de las mujeres y de los hombres son muy fijos, muy determinados. No hay movilidad. Y la película habla de eso.
–¿Qué le aportó particularmente Scorsese sobre el universo masculino?
–Hablamos mucho de sus personajes. El tiene una capacidad de ver a los hombres con empatía, pero, a la vez, con cierta crítica. Y eso era algo que a mí me atraía mucho y que quería lograr, sobre todo con el personaje del padre: cómo un personaje que, en un punto puede ser cuestionable en su accionar, también uno como director puede verlo desde un costado más abarcador, no bajándole línea, no condenándolo. Hablábamos mucho de eso. Si ve Buenos muchachos, hay una crítica pero, a la vez, no es solamente la crítica: también puede entender ese mundo, la atracción que ese mundo genera.
–Eso no significa justificarlo, ¿no?
–Exacto. Por eso, para mí Scorsese es uno de los pocos directores que logra estar en esa cuerda donde te muestra algo y te dice: “Esto es así de complejo”. Y, sin embargo, siempre es claro dónde él está parado en relación con eso, qué es lo que piensa. Todo eso, que es muy difícil, creo que tiene que ver con la posibilidad de cierto humanismo en la mirada que Scorsese logra establecer y que a mí me interesa en el cine en general.
–Además de Daniel Veronese, que nunca había actuado en cine, pero que tiene un sólido conocimiento del mundo teatral, también seleccionó a Alián Devetac, que nunca había estado frente a una cámara. ¿A esta altura puede afirmarse que le interesa más trabajar con actores no profesionales?
–Hasta ahora, siento que me he enfocado mucho en contar un mundo particular: Entre Ríos, el country, la ciudad pequeña. Hay algo de ese micromundo que siento que, pudiendo trabajar con personas que estén cercanas a ese círculo o a ese espacio o universo, va a haber algún elemento, alguna verdad que escapa a la ficción pero que va a estar en la persona misma. Obviamente, entiendo que los actores pueden llegar a la verdad, porque desde la condición humana uno puede llegar siempre a la verdad. Pero, por lo menos hasta ahora, en mis películas hay una intención de contar no sólo la condición humana interna sino también un espacio físico muy concreto y muy específico. En el caso de Una semana solos, tiene que ver con el country, y en todas las otras con la provincia, la ciudad chica, el contexto de la ciudad chica con sus sonidos e imágenes. Hay algo que para mí no puede escapar a ese mundo, sobre todo hablando de niños y adolescentes, porque Daniel Veronese no es entrerriano, y no es un no actor, Gaby Ferrero tampoco. Siento que es un error creer que un niño o un joven sea actor porque tenga algo de experiencia actoral. Creo que primero son niños y son jóvenes. Entonces, como creo en eso, prefiero trabajar con alguien que no tenga experiencia y que realmente pueda ser más moldeado o entrenado a partir de una idea de actuación que tiene que ver con mis películas. Tiene que ver con lo pequeño, con los detalles, con los gestos, con un naturalismo muy anclado en la realidad.
–¿Y filmar en Entre Ríos tenía que ver con un gusto suyo por filmar en su provincia o la historia debía ajustarse a esa geografía?
–Hay un poco de las dos cosas. La historia podría haber sucedido perfectamente en otra provincia. Cuando uno está creando, está la historia, pero también están las imágenes visuales y sonoras. Y hay algo de éstas que a mí todavía me sigue viniendo de allá: los sonidos, los colores, la vegetación. Hay algo que todavía me surge ligado a mi pasado. Eso es una realidad. Obviamente que en la historia no tiene nada que ver, pero tengo como una necesidad de seguir contando esas historias.
–¿Cómo entiende el condicionamiento de la mirada social sobre la vida de las personas y cómo buscó reflejarlo?
–Hay una relación muy directa entre el sujeto y el medio ambiente en el que vive. Creo positivamente que si el sujeto es consciente, puede modificarlo. Es más fuerte el sujeto que el medio ambiente si desarrolla la capacidad de transformar ese medio ambiente en el que vive. Pero muchos vivimos sin asumir ese rol de transformación. Entonces, ahí es donde ese medio ambiente parece ser el que moldea a la persona. Y éstos son quizá los mundos que me interesa abordar: cómo un espacio físico pequeño rígido puede agobiar a una persona.
–Señaló que la película tiene un registro cuasi documental. ¿Cómo logró esa construcción narrativa?
–Hay algo que nace con la elección de los elementos. Me atrae mucho filmar en escenarios naturales porque hay una inspiración que obtengo del lugar. Por eso, muchas veces tengo ideas sobre los decorados pero me gusta buscar más. Y me encanta cuando, de golpe, me encuentro con un decorado que no me imaginaba y que me devuelve muchas más imágenes. Necesito de la realidad para tener imágenes. Eso se suma a esta intención e idea de actuación de generar un naturalismo, más un guión que está apuntalado en la idea de generar una estructura dramática, pero que a la vez esté muy anclado en situaciones cotidianas. También hay una puesta de cámara que ayuda a esta idea de generar una sensación de estar viendo a través de los ojos del personaje. Es una cámara activa pero no intrusiva. No está subrayando ni reforzando cosas. La idea es hacer que el espectador se ponga en los ojos del personaje. Esto da esta idea de documental.
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